HOMILÍA EN EL DOMINGO DE RAMOS 2021

Durante el tiempo de Cuaresma, por invitación del Papa Francisco, hemos buscado fortalecer nuestra fe, esperanza y caridad. Con ello, además de reafirmar nuestra vocación cristiana a la santidad, mostramos cómo ha de ser el seguimiento a Jesús. Hoy, hacemos memoria del acontecimiento que abrió las puertas a la pasión, muerte y resurrección de Jesús: su entrada triunfal como Rey a Jerusalén. El evangelista Marcos nos lo relata de manera sencilla y clara.

Jesús ingresa en la ciudad de los reyes precisamente como rey. La gente sencilla, al reconocerlo, le da una bienvenida particular; muy diversa de la actitud de los sumos sacerdotes y autoridades judías que buscarán eliminarlo a como dé lugar. No olvidemos que es la gente sencilla, muchas veces menospreciada por los poderosos, la que lo reconoció como MAESTRO con autoridad divina.

En esa bienvenida, se le reconoce como Rey. “¡Bendito el reino que viene de nuestro padre David!”. Le colocan sus mantos por el camino a manera de las alfombras por donde caminan los reyes. A la vez, el reconocimiento es tal que entonan los cantos con los que los ejércitos celestiales suelen aclamar a Dios: “¡Hosanna en las alturas!” Y, además reconocen que no viene por sí solo: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”.

Este gesto de la gente encierra, en el fondo, las tres actitudes con las que hemos venido preparándonos a lo largo del tiempo litúrgico de la Cuaresma. Hay una decidida manifestación de fe, al reconocer quién es: el que viene en el nombre del Señor; por tanto, el que viene a cumplir la promesa hecha desde los tiempos iniciales del pueblo de Dios. Es una fe abierta a la esperanza, precisamente desde la seguridad de la realización de la voluntad divina: La esperanza de esos tiempos previos al Mesías se culminan y se abre ya el tiempo definitivo con el cual se cambia la situación de la humanidad: “¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David!”. Ya no hay que aguardar más sino iniciar con otro sentido de esperanza lo nuevo que está por inaugurarse. Y, ciertamente que por amor: el de Dios por su pueblo; pero el amor de apertura hacia el Dios humanado con el cual se dará inicio a la nueva situación de la humanidad, como lo es la salvación.

¿Cómo será ese reino? ¿Cuál será la característica de dicho Rey? El profeta nos lo deja ver de manera directa y precisa: Viene a dar sustento y apoyo al pobre y vulnerable; trae una palabra de aliento y ayudará a quien está recibiendo continuamente ultrajes y menosprecio: así su presencia resulta ser como un bálsamo que alivia y suaviza los dolores de los que sufren.

Lo que sustenta esa actitud de fe, esperanza y caridad suscitada por el Mesías, es lo que nos ofrece Pablo en su himno litúrgico y cristológico de Filipenses. Dios se hizo hombre y no dudó en despojarse de su condición divina para hacerse pequeño; más pequeño que nosotros mismos y así enriquecernos con su acción pascual. Al entrar a Jerusalén, Jesús sabe cuál es su destino… quizás la gente no lo intuye tanto como Él. Pero es la gran ocasión para que sí experimente quién es el que viene en el nombre del Señor. Se iniciará una nueva creación. Desde la pequeñez de su presencia en medio de la humanidad, Jesús hará relucir la grandeza de su gloria en la resurrección para implantar definitivamente el nuevo reino de libertad para la humanidad.

Hoy, al conmemorar este acontecimiento, el mismo Jesús, por medio de su Iglesia, nos fortalece y alienta en lo que hemos de realizar. Este tiempo, signado por la pandemia y la crisis que acosa a nuestro país, los creyentes y discípulos de Jesús estamos llamados a reafirmar nuestra fe. Lo hacemos de manera pública con signos religiosos, es verdad. Pero lo importante es que, al hacer manifestación pública de esa fe, todos puedan comprobar que somos testigos, anunciadores de su Palabra y constructores de su Reino. Es la fe la que nos mueve.

Junto a ella, reafirmamos la esperanza: por ella nos acercamos los unos a los otros con sentido de fraternidad. De manera especial, nos convertimos en la ternura de Dos para los más vulnerables y requeridos de cercanía, solidaridad y apoyo. La esperanza la transmitimos no para resignarnos sino para hacer que todos se unan a nosotros y nosotros a ellos en la lucha por la liberación necesaria. Así, podremos tener una sola voz que reconoce la fuerza renovadora de quien viene en el nombre del Señor.

Y, por supuesto, con el amor que todo lo puede. Sabemos que la fuente del amor es Dios mismo. Desde ese mismo amor Él se hace presente y se rebaja para engrandecernos. Nosotros lo imitamos y dejamos todo lo que pueda dar la impresión de arrogancia y prepotencia para hacer sentir ante el mundo que entre nosotros no debe haber ningún tipo de discriminación. El amor todo lo puede: tanto así que el mismo Dios nos dio el ejemplo de lo radical de su amor al enviarnos a su Hijo para la salvación de la humanidad… es el mismo que fue recibido con palmas y cantos en su ingreso a la ciudad de los reyes y de la paz: Jerusalén.

Al conmemorar hoy este evento de gracia seguimos haciendo presente la fuerza de ese rey al que reconocemos como bendito al venir en el nombre de Dios para darnos la salvación. Junto con aquellos habitantes de Jerusalén, volvemos a entonar. “¡HOSANNA EN LAS ALTURAS!”.

+MARIO MORONTA R. OBISPO DE SAN CRISTOBAL

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