HOMILÍA EN EL MIERCOLES SANTO

NAZARENO, SIGUE CAMINANDO JUNTO A NOSOTROS

Ha salido del palacio de Pilatos y, por una de las estrechas calles de Jerusalén, con su Cruz a cuestas camina el Nazareno. Cae y lo levantan, cansado y herido por los latigazos y golpes, experimenta lo anunciado por el profeta en los cánticos del Siervo de Yahvé. Un Cireneo lo ayuda a llevar la Cruz, la Verónica le enjuga el rostro, la Madre en su encuentro trata de consolarlo, calma a las mujeres que lloran por Él. Aunque corto, el trayecto hacia El Calvario le resulta largo. En ese camino parece recordar las innumerables sendas de Israel por donde transitó para predicar, para sanar, para revelar la voluntad de Dios hasta entrar como Rey en la Jerusalén donde va a realizar su entrega sacrificial en beneficio de toda la humanidad.

Camino doloroso y sin vuelta atrás. El Nazareno al andarlo se identifica de manera radical con la humanidad. Ya lo había comenzado a hacer desde su encarnación y nacimiento. Ahora lo hace identificándose con los dolores, angustias y opresiones que padece el pueblo. El sabe que la Cruz es un signo de muerte para sus acusadores, mas Él la cambiará en signo de victoria. Sólo los que le conocían bien lo miran indefensos; los otros, los soldados y opresores, los envalentonados revestidos de una autoridad efímera se divierten.

A lo largo de los siglos en nuestra patria, cada miércoles santo se venera la imagen del Nazareno. La verdadera razón de ello nace de la fe en el Dios humanado. En el fondo, aquel niño Jesús de la Navidad comienza a alimentar la creencia y adhesión al Dios hecho hombre para la salvación. En el ícono del Nazareno, con su vestidura morada nuestro pueblo admira la inmensa solidaridad del Señor: quien es capaz de cargar la Cruz pesada con la carga de los pecados y con los sufrimientos de la humanidad, lo es también para sanar o conceder el favor que se le pide. No es un hecho lleno de superficialidad. Con diversas expresiones, nuestra gente se acerca a Él para reafirmar su fe y confianza en el Dios de la liberación.

Hoy son innumerables las personas que se revisten con una vestidura morada. Ciertamente es un gesto externo, pero que manifiesta una profundidad nacida en lo más íntimo de cada ser: allí donde Dios se encuentra con el fiel cristiano y le escucha, a la par que le habla. De allí la importancia no sólo cultural de la religiosidad popular, sino de la vida de fe, sencilla o no, de quienes un día como hoy expresan públicamente su identificación con el Nazareno.

Si tratamos de leer el significado de esta devoción y su alcance para toda la experiencia de vida cristiana de cada uno de nosotros, nos permitirá volver a contemplar a Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas camino al Gólgota. Eso sí, nos permitirá descubrirlo en las nuevas calles de una Jerusalén que conduce a miles de Calvarios en todo el mundo y en nuestro país. Quizás no lo vemos con su vestidura morada con encajes bonitos como los que adornan las tallas de tantos Nazarenos en nuestras parroquias.

Hoy contemplamos a ese Nazareno con su Cruz a cuestas en el sufrimiento de tantos hermanos nuestros que son oprimidos y vejados, golpeados no necesariamente con azotes de látigos, sino con menosprecios, desvalorizaciones y ofensas. Ese Nazareno hoy lo vemos en los migrantes que huyen de un país que ya no les da lo necesario para vivir y que reciben maltratos a lo largo de su camino y hasta el desprecio donde llegan… Lo miramos en tantos pobres que ya no tienen ni qué ni como comer, burlados por unas bolsas de comida de vez en cuando… Lo vemos en tantos niños, adolescentes y jóvenes tratados como mercancía de parte de las mafias que los venden como esclavos para la prostitución… Lo miramos en aquellos padres de familia que ven a sus hijos hundidos en la droga por culpa de los comerciantes de la muerte… En fin, el Nazareno de hoy está presente en los pobres, vulnerables y débiles.

A pesar de haber sido desvestidos de su dignidad humana y su condición de personas, visten un nuevo traje de Nazareno con el morado imaginario de sus anhelos y esperanzas, con los encajes de la solidaridad de tantos hermanos, con la ayuda de no pocos Cireneos que buscan aliviar su dolor, con la ternura de muchos que imitando a la Verónica se atreven a enjugar sus rostros, fiel reflejo del de Cristo. Lástima que los opresores, los indiferentes, los prepotentes, los que sólo se preocupan por sus intereses y de regresar de nuevo al poder no se han dado cuenta de estar atacando y rebajando al mismo Cristo.

Para cada uno de nosotros, hoy, en esta Eucaristía y en nuestra oración se nos repite la oportunidad de contemplar al Señor nazareno. Al admirar la figura que podamos tener, una talla o una pintura o fotografía no nos quedemos en ello. Demos un paso importante: contemplarlo en el rostro de esos hermanos nuestros que cargan con sus cruces. No olvidemos aquella hermosa exclamación del gran Pablo VI en agosto de 1968 ante los campesinos en el Campo de Mosquera: “Los pobres son sacramento de Cristo”

Hoy, en torno a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, llenémonos de luz y sabiduría para hacer de nuestra fe en Cristo el compromiso de caridad, como el Buen Samaritano, para aliviar los dolores de Cristo en el dolor de nuestros hermanos. Que su camino sea el nuestro sabiendo que después de El Calvario, la Cruz nos lleva a la esplendorosa Pascua liberadora de la Resurrección. AMÉN

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.

Un comentario sobre «HOMILÍA EN EL MIERCOLES SANTO»

  1. Hoy, Un Amén al Dios de la vida,por permitirnos compartir la Santa Eucaristía, y a Usted Monseñor y al todo el Clero Tachirense, que Jesús y María de Nazaret les sigan fortaleciendo ese Espíritu de Fe para bien de todo nuestro Pueblo que camina con la esperanza de salir adelante como hermanos y humanos. Gracias por hacer de su voz la voz de este pueblo que clama justicia y paz y de un despertar lleno de gracia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

dos × cuatro =