Gracias a Dios

Esta es una expresión que comúnmente decimos. La hemos escuchado incluso de labios de ateos y de alejados de Dios: “Gracias a Dios”. Generalmente, la empleamos como una muletilla para afirmar algo que ha salido bien. En otras ocasiones, con fe, para reconocer una acción de Dios en nuestras vidas. El hecho importante es que se trata de eso: un reconocimiento a la acción salvífica y amorosa de Dios.

El evangelista Lucas nos refiere de la curación de diez leprosos que se encontraron con Jesús. Sólo de ellos uno, regresó a darle gracias a Jesús por el prodigio de su curación. Jesús pregunta que dónde están los otros y enfatiza el hecho de que es un extranjero quien ha regresado a darle gracias por su curación. El Maestro, en su encuentro con este último, le da una voz de aliento: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.

En esta última expresión de Jesús nos conseguimos con la clave para entender el significado de dar gracias a Dios: la fe. Sólo quien tiene auténtica fe, reconoce la acción amorosa de un Dios que salva. De resto, la frase puede convertirse como en una manera de decir que se ha resuelto algo. Entonces ¿qué significa dar gracias a Dios? Hay dos elementos presentes en la Palabra de Dios, entre muchos, que no debemos obviar al hablar de la gratitud a Dios: la fe que reconoce la acción maravillosa de Dios. Pero no se queda allí, sino que va mucho más allá. Sería sumamente fácil manifestar la fe sólo ante las cosas puntuales que nos pueden beneficiar de parte del Altísimo.

Pablo, al escribirle a Timoteo, nos ofrece el segundo elemento: ACUERDATE DE JESUCRISTO, Resucitado de entre los muertos. Quien da gracias a Dios debe tener la actitud de la Memoria; es decir, de tener siempre presente la Persona de Dios. En esto consiste hacer memoria. En el fondo, nos impulsa a tener la actitud de actuar en el nombre del Señor. Por eso, aunque pudiera resultar curioso ya que se trataba de uno que no era del pueblo de Israel, Jesús reconoce la fe de quien regresó a agradecerle. El imperativo tiene que ver con la propuesta de Pablo: “Levántate”. Bíblicamente, sabemos que ese verbo habla de la actitud de quienes aceptan la resurrección de Cristo: levantarse, alzarse, erguirse, como Él lo hizo al derrotar la muerte con su Resurrección.

Hacer memoria del Resucitado es ser testigo suyo. Por tanto, orientar su existencia hacia Él y marcar todas las acciones propias del creyente con la estrecha comunión con el Resucitado. Pablo, en la misma carta a Timoteo, le dice cómo se hace esto: “Si morimos con Él, reinaremos con Él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con Él; si lo negamos, Él también nos negará”. A la vez, nos indica la garantía que tenemos de parte del mismo Señor: “El permanecerá siempre fiel”.

Nuestra vida está signada por muchas cosas. Somos libres para realizarlas. Sin embargo, si queremos de verdad manifestar, con nuestro testimonio, que tenemos fe, no sólo hemos de dar gracias continuamente a Dios, sino hacer memoria viva de Él. Es decir, manifestar con lo que somos y tenemos que decididamente hacemos todo en su nombre. Esa es la mejor manera de dar gracias a Dios.

 

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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