Proclamadores de la Palabra

La tarea fundamental de la Iglesia es el anuncio decidido, valiente y convincente del Evangelio. Todos los miembros del pueblo de Dios deben hacerlo, cada cual desde su propia responsabilidad. Se hace personal y eclesialmente. Es lo que la historia en la Iglesia nos refiere. Así es como se cumple el mandato evangelizador de Jesús de salir a anunciar su mensaje de salvación y hacer discípulos hasta los confines de la tierra.

Pablo es incisivo al recordarnos el porqué de esa misión y la responsabilidad personal de cada cristiano: y ¿cómo muchos que no conocen a Cristo lo podrán conocer si no hay quién lo haga? No hay que pensar que es una tarea reducida a los ministros de la misma Iglesia. Ellos tienen una especial responsabilidad. Pero todos los seguidores de Jesús, por el bautismo, hemos de hacerlo. Para ello nos convertimos en discípulos misioneros del Maestro por excelencia… y para hacer que muchos se entusiasmen y se decidan a ser también discípulos.

Pablo, al instruir a Timoteo, le indica que debe ser en todo momento: a tiempo y a destiempo. No se puede perder ninguna ocasión y valerse de todos los métodos y técnicas serias y honestas. El Apóstol se muestra contento y agradecido, por ejemplo con los tesalonicenses quienes, por su dedicación y misión lograron que la Palabra cundiera por toda la región y surgieran numerosas comunidades cristianas.

En todo esto juega un papel importantísimo el testimonio de vida y de fe. No se puede reducir el anuncio de la Palabra solo a la proclamación oral o escrita. Ello debe ir acompañado, sostenido y refrendado por el testimonio personal y eclesial. Como nos dice el Papa Francisco: cada uno de nosotros es una página viva del Evangelio de Cristo. No en vano desde Pablo VI se viene diciendo algo importante: el mundo cree más en los testigos que en los maestros. Si el maestro es testigo, mucho mejor. No olvidemos que en el mandato evangelizador está incluida la orden de ser testigos del Señor. Los bautizados, sobre todo por el sacramento de la confirmación, recibimos ese carisma de ser testigos del Resucitado y su Palabra.

Ahora bien, para poder realizar todo esto, el discípulo misionero y testigo debe ser un decidido y atento oyente de la Palabra. Es una de las más importantes lecciones de Pablo a Timoteo. Le enseña que ha de permanecer fiel a la Escritura que ha recibido y que le da la sabiduría con la cual puede lograr la salvación en Jesús. Con dicha Palabra podrá enseñar, corregir y educar. «Así el hombre de Dios estará perfectamente equipado». Es decir tendrá lo necesario para su vida de fe y su salvación.

Pero aquí nos conseguimos con un problema cuya solución constituye un tremendo reto para la Iglesia y sus miembros. Un inmenso número de cristianos católicos ni leen ni conocen la Palabra de Dios y, por ende, tienen dificultad para poner en práctica sus principios y adecuar su conducta a ella. Por eso, muchas veces, tanto el trabajo en la Iglesia y el sentido de pertenencia a ella se reduce a un mínimo y a ritualismos. Todo se puede quedar en una pastoral de mantenimiento con múltiples acciones misioneras que no provocan mayores cambios existenciales o, en todo caso, la del «gatopardismo» de cambiar externamente sin transformaciones internas y personales.

De aquí la urgencia de una formación integral y permanente de todos y cada uno de los miembros del Pueblo de Dios. Es un desafío continuo y que, en el marco de la nueva evangelización hemos de atender sin demora. Entonces la catequesis será testimonial, la predicación desafiante y motivadora, la formación permanente entusiasmante… así se conseguirá que la Biblia no sea un libro de estantería sino de cabecera para leerla, transmitirla y hacerla vida. El ejemplo de lis primeros cristianos es hermosamente iluminador: gracias a su entusiasmo y su alegre testimonio iba aumentando el número de los que se salvaban.

Una Iglesia en salida misionera que sale al encuentro de todos para darles a conocer el Evangelio liberador de Jesús requiere de discípulos educados y centrados en la Palabra. Es también tarea de la misma Iglesia. Como enseñó Pablo a Timoteo, cada uno debe ser instruido en la Palabra y sus efectos para así darla a conocer a tiempo y a destiempo. Entonces como discípulos misioneros podremos decir y manifestar que somos programadores de esa Palabra de Vida.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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