PALABRAS DE MONS MARIO MORONTA EN LAS EXEQUIAS DEL PBRO. YANNYS ALEXIS GÓMEZ ZAMBRANO

PALBRA DE MONS MARIO MORONTA EN LAS EXEQUIAS DEL PBRO. YANNYS ALEXIS GÓMEZ ZAMBRANO

 

Las palabras del mandato eucarístico HAGAN ESTO EN CONMEMORACION MIA marcan vivamente la vida y ministerio de quien ha sido configurado a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote por el sacramento del Orden. No son palabras finales de un evento importantísimo y central para todos nosotros. Es el mandato de “hacer memoria” de la Pascua del Señor Jesús: es hacer real y vivamente presente en el tiempo y hasta los confines de la tierra, la entrega del cuerpo del Señor para la salvación del mundo, el derramamiento de la sangre del Cordero para sellar la nueva y eterna alianza y así conseguir la liberación plena de toda la humanidad. Ese mandato permite entonces que se siga haciendo la “memoria” de Cristo Palabra, Pastor y Santificador.

Por eso, cuando en cada celebración eucarística el ministro ordenado las pronuncia está haciendo un doble movimiento; el de hacer realidad sacramental con la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, el pan de vida eterna al renovar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Y, a la vez, muestra la identidad de quien configurado a Cristo Sacerdote actúa en su nombre. Actuar en el nombre del Señor conlleva además de hacerlo con los mismos sentimientos de Cristo, hacer presente a Cristo en la persona frágil y deficiente del ministro, pero que ha sido enriquecida con el “Espíritu de Santidad” por la imposición de las manos en el día de la ordenación.

A partir de este mandato, toda la humanidad tiene la garantía de que el evento pascual, aún cuando se tuvo en un determinado momento de la historia cronológica, se sigue haciendo realidad y presencia en todo lugar y en cada momento de la historia de la salvación en la plenitud de los tiempos. Todo ello en nuestro caminar hacia la plenitud del encuentro definitivo con Dios en el banquete del Reino eterno. Así, con la eucaristía y los otros sacramentos podemos anticipar lo que celebraremos en un futuro próximo. A la vez, con el sacerdocio renovamos esa presencia salvífica de Cristo y anticipamos en el encuentro con Él lo que será la participación plena en el banquete del Reino eterno.

Cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras del mandato eucarístico no sólo renueva esa configuración con Cristo Sacerdote, sino reafirma su identidad sacerdotal. No se es sacerdote para ejercer una profesión al estilo de los menesteres del mundo. Tampoco se es sacerdote para ser un funcionario de una multinacional de lo religioso. Se es sacerdote para actuar en nombre de Cristo al servicio de todo el pueblo de Dios, regio y sacerdotal que anuncia el Evangelio de la libertad y construye ya en la historia el Reino de Dios. Por eso, cuando nos conseguimos con un sacerdote, por más débil que sea o lleno de santidad ejemplar, lo que hemos de contemplar es el sacerdocio de Cristo, quien actúa día a día y presencializa su misterio pascual. De allí la invitación continua a contemplar en el ministro ordenado no tanto sus capacidades humanas –necesarias y enriquecidas por la gracia y los carismas recibidos- sino más bien la imagen del Buen Pastor, capaz de dar la vida por sus ovejas y de darse a conocer por su Palabra de vida.

Hoy, nosotros, con dolor humano y llenos de la esperanza que proviene del cumplimiento de las promesas del Resucitado, sembraremos en el campo abonado de nuestra tierra e Iglesia tachirense, la semilla de vida eterna de un querido hermano sacerdote. Se nos ha ido más temprano de lo que nos imaginamos. Lloramos su partida, es cierto. Pero, a la vez, cantamos las glorias de Dios realizadas por él en su joven ministerio sacerdotal. Sus manos, como las del agricultor, callosas por tanto bendecir, perdonar, guiar pastoralmente a su gente, llevan al Padre Dios una ofrenda muy particular: su ministerio que, aunque corto, fue fecundo con obras del Espíritu. Su corazón, silenciado para la historia terrena palpitará eternamente en la eternidad con el amor sacerdotal que lo distinguió. Su espíritu, siempre lleno de alegría, generosidad y obediencia, manifestará ahora que sí valió la pena actuar en el nombre del Señor a quien sirvió con sencillez y decisión. Todo eso lo puedo hacer en medios de nosotros por haber sido consagrado para cumplir el mandato de HACER TODO ESTO EN CONMEMORACION MIA.

Ese mandato lo recibió para participar en el sacerdocio eterno, según el orden de Melquisedeq, como nos lo recuerda la Palabra y la Liturgia. Ahora, lo que hacía en forma profética y anticipadamente en el tiempo de los hombres, lo va a vivir ciertamente en la comunión eterna con la Trinidad Santa. ¡Qué bonito será para él saber que la entrega de su cuerpo y de su sangre para la salvación de todos lo va a experimentar en el encuentro gozoso con el Salvador! ¡Qué hermoso poder comprobar que ya no hará más memoria terrena, sino estará cara a cara con el omnipresente salvador que sigue siendo Palabra y Verdad de liberación! ¡Qué bonito será para él ver el rostro del Maestro que mostró con su testimonio de vida acá en la tierra! ¡Qué hermoso será entonces sentir para siempre el amor del Pastor Bueno de quien fue su imagen y servidor!

Al despedirlo y sembrarlo en este su templo querido y donde comenzó su vida de hijo de Dios por el bautismo, queremos decirle que si bien sentimos su partida, sabemos que se mantiene unido a nosotros. Creemos en la comunión de los santos y esperamos poder encontrarnos un día con él para gozar de lo que él ahora disfruta: la eterna alegría del encuentro con Dios. En nombre del Presbiterio diocesano, en el mío propio, en el de la Iglesia, reitero mi cariño a sus padres y hermanos, a sus familiares más cercanos y a todos los que lloran su partida. A sus padres y hermanos, les quiero dar nuestra gratitud por la donación de su hijo a Dios y a la Iglesia, desde el bautismo hasta su ordenación sacerdotal; por haberlo acompañado todos estos años de su ministerio. El dolor de unos padres al ver partir a su hijo puede ser incontenible si no se tiene fe: pero ustedes nos han dado el ejemplo de serenidad y de integridad en la fe. Su hijo les bendice desde el cielo y será su intercesor más inmediato. Permítanme pedirle que así como lo hacían con Yannys, nos bendigan a los sacerdotes y a mí. Necesitamos esa bendición… siempre estarán en nuestras oraciones.

A sus amigos, a los feligreses de tantos lugares donde trabajó y que se han hecho sentir con sus mensajes y oraciones, también nuestro reconocimiento. Desde la eternidad seguirá pendiente de cada uno de ustedes. Al Presbiterio de Mérida y de San Cristóbal, donde trabajó con dedicación el p. Yannys, mi voz de estímulo. Esa semilla que hoy sembramos fructificará y producirá muchas vocaciones sacerdotales y aliento para nuestra propia fidelidad. Su ejemplo de compañerismo, pero sobre todo de fraternidad, lo distinguió… estoy seguro que a la Madre Consoladora y Auxiliadora, así como al Santo Cristo cuyo rostro sereno contemplará, les hablará de nosotros, de sus hermanos sacerdotes, de sus padres y hermanos en la sangre, de sus feligreses, de las ilusiones que tenía… y les dirá que siempre nos acompañen.

 

YANNYS ALEXIS:

Gracias de todo corazón. Tú sencillez y tu transparencia de vida las tengo muy presentes. ¡Qué sabrosas fueron las conversas que sostuvimos! Y siempre terminaban con la mutua bendición. Compartí muchas de tus cuitas, llenas de ilusiones y de esperanzas, en la búsqueda de crecer y mirar hacia adelante: ¡Gracias por la confianza con la que hablabas y la humildad para recibir orientaciones, sugerencias y consejos! Te has ido antes de lo esperado. Habías manifestado tu alegría por el nuevo trabajo en el Seminario y contagiabas tus ilusiones y entusiasmo… ahora has cambiado de domicilio. Ya no estarás en la Colina de Toico, sino en la nueva Jerusalén: no dejes de orar al Padre Dios por tu seminario, donde te formaste, donde aprendiste a configurarte con Cristo y donde te preparaste para el salto a la eternidad… Tus cantos alegrarán las bodas del Cordero… y me imagino que organizarás alguno que otro partido de fútbol con el Señor… Te recordaremos siempre, sabiendo que tú nunca dejarás de recordarnos a cada uno de nosotros. Gracias, Yannys, hasta cuando nos encontremos en la eternidad… Gracias por tu amistad, tu sencillez, tu ministerio, tu alegría, tu testimonio… Gracias por haber aceptado configurarte a Cristo Sacerdote. Gracias por todo lo que hiciste para cumplir con el mandato de HACER TODO EN CONMEMORACION SUYA. Gracias te digo con el corazón de padre y pastor. AMEN.

 

 

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL

PARROQUIA MARIA AUXILIADORA EN CORDERO

 

9 DE OCTUBRE DEL AÑO 2020.

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