Homilía de Mons. Moronta en la Misa Pontifical en honor a San Sebastián

SAN CRISTOBAL, 20 DE ENERO DEL AÑO 2022.

            Nuestro mundo está necesitado de buenas noticias. Además de las situaciones creadas por la pandemia que aún golpea a la humanidad, nos topamos con hechos terribles que perturban la paz y la serenidad de todos: las discriminaciones, los hechos violentos, los escándalos morales, la corrupción convertida en algo normal, el menosprecio de la dignidad humana y otras tantas acciones que entristecen y hacen perder la esperanza. Por ello, siempre estamos buscando nuevas y buenas noticias. ¡Cómo nos alegra el triunfo, aunque sea pequeño de uno de los nuestros! ¡Cómo nos llenan de paz los logros de tantos hombres y mujeres! ¡Cómo disfrutamos de los hermosos ejemplos de solidaridad existentes en medio de nosotros! Es como el agua fresca que brota de los manantiales.

            Para nosotros los creyentes existe una noticia perenne que, además de ser buena, nos transforma desde lo más íntimo de nuestro ser y con consecuencias en las manifestaciones sociales y comunitarias: la Verdad sobre Jesucristo. Él mismo, con su Persona liberadora por la Pascua redentora, es la gran noticia que tenemos. Lo que muchas veces sucede es que la dejamos guardada en quién sabe cuál rincón de nuestras existencias y prescindimos de Él para dejarnos guiar por nuestros criterios particulares, individualistas y egocéntricos. ¡Queremos ser nosotros la única y buena noticia! Aunque engalanada por criterios mundanos.

            Jesucristo sigue siendo la buena y gran noticia de liberación para toda la humanidad. Con Él no sólo nos sentimos auténticamente libres, sino convocados a hacer realidad en nuestro mundo la Nueva Creación. Ella le da a toda la naturaleza y sociedad la categoría especial de plenitud. La noticia del Evangelio con el cual se anuncia la Persona y obra de Cristo nos invita y compromete a seguir siempre el camino de la plenitud para alcanzarla al final de nuestra existencia con el encuentro definitivo con Dios, Uno y Trino. Eso sí, a lo largo de nuestro caminar por la historia de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades vamos experimentando la fuerza renovadora de esa plenitud que nos permite reconocer que crecemos en el nombre de Dios.

            Ejemplo de que todo esto es posible lo encontramos en la inmensa cantidad de hermanos que ya están gozando de esa plenitud en la morada eterna de Dios. Los santos y beatos, así como quienes han logrado entrar en la experiencia definitiva de la plenitud en el cielo. Entre ellos destacamos hoy a nuestro Beato José Gregorio Hernández: uno de nosotros, hombre de pueblo y servidor en la caridad, quien con sus estudios e investigaciones acompañó su dedicación como servidor de Dios, sobre todo entre los pobres.

            El otro ejemplo es el del santo que conmemoramos en este día: San Sebastián, Capitán valeroso. El es nuestro patrono y, como tal, lo hemos de mirar cual ejemplo que alienta nuestro compromiso y nuestra opción por la plenitud en el camino a la santidad. Su vida se destaca por el fiel cumplimiento de su tarea de militar y ciudadano, pero antes que nada como fiel discípulo de Jesús, del cual, por el Bautismo, se convirtió en seguidor. Seguir a Jesús implica dos cosas irrenunciables: imitarlo, para lo cual hay que conocerlo y estar en comunión con Él y, por otra parte, actuar en su nombre. San Pablo nos lo recuerda con palabras muy claras: “Sea que comamos, sea que bebamos, todo lo que hagamos lo debemos hacer en el nombre del Señor”.

            Al leer la vida de Sebastián, nos daremos cuenta que asumió como propia la buena noticia de la salvación. Se identificó de tal modo con el Señor e hizo suya todas las consecuencias de la Pascua liberadora de Cristo. Esto le hizo granjeándose el respeto y la admiración de sus súbditos y compañeros. Incluso, luego de la muerte debida al martirio, fue reconocido como ejemplo de vida cristiana.

            Se mantuvo siempre fiel por la gracia de Dios, manifestada de muchas maneras. Incluso, pudo ser fiel a su trabajo y vocación humana desde el seguimiento de Jesucristo por saber que la Palabra de Dios le daba la fuerza necesaria para ello. Sin embargo, no dejó de experimentar las insidias del enemigo, “león rugiente que buscaba cómo devorarlo”. Como le aconteció a Job, fue tocado por el maligno. Recibió la prueba de parte del entonces emperador romano quien le exigía adorarlo a él como si fuera dios y renunciar a seguir a Jesús. Pero, se mantuvo firme en la fe y en la única opción válida para todo bautizado: la opción por Dios con la cual puede orientar toda su vida.

            Al negarse al acto de idolatría fue condenado a morir asaeteado. Fue una experiencia terrible, como bien lo relata la historia del mártir. Fue atravesado por flechas que le condujeron a una muerte lenta y dolorosa. Se mantuvo firme y consecuente en su fe. Posteriormente, los hermanos en la fe, luego de morir, lo sepultaron en las catacumbas que hoy llevan su nombre a las afuera de la antigua Roma. Allí es venerado. Allí confluyen numerosos peregrinos. Allí se sigue recordando el valeroso Capitán que no claudicó ante las necias invitaciones de quien no podía soportar el testimonio de vida cristiana que lo distinguía.

            Hoy, los creyentes en Cristo y personas de buena voluntad no escapan a las insidias del enemigo. No falta quienes quieren que la humanidad se postre ante los ídolos para adorarlos y renunciar a lo más importante: ser imagen y semejanza de Dios e hijos de Papá Dios. Con la excusa de constituir un nuevo orden mundial se crean disfraces para esconder lo que se emplea para atacar la integridad de los humanos y sus comunidades. Quienes están detrás de eso, sencillamente, buscan que se adore a la nueva divinidad, al ídolo destructor de dignidad humana y propiciador de una falsa unidad en torno a la desvalorización de la persona y de la sociedad como lugar de encuentro de todos en búsqueda de la verdadera paz.

            Es todo un proyecto mundial donde se esconden muchos intereses para beneficiar la destrucción de los valores fundamentales de la humanidad. Entonces, desde sus oscuras veredas surgen las flechas que atraviesan o pretenden atravesar a los seres humanos, como sucedió con las saetas que buscaron romper la fidelidad de San Sebastián al único y verdadero Dios.

            Son flechas revestidas de sutilezas que algunos reciben sin saber que son heridos por ellas; o, cuando lo son, sienten que su dolor se acrecienta por la soledad y el abandono experimentado ante quienes se consideran los poderosos de las naciones y de la tierra. Son flechas dirigidas al corazón de la humanidad. Entre ellas podemos mencionar: los embates de una ideología del género que pretende instaurar una nueva manera de ver la humanidad divorciadamente del plan de Dios; las justificaciones y aprobación del aborto y la eutanasia como si se tratara de un derecho humano; la explotación de los pueblos más pobres o el avasallamiento de grandes potencias que quieren hacerse de los recursos de muchas naciones como si fueran propios; el menosprecio de los más pequeños, en particular de los migrantes que son considerados como material de descarte según lo ha afirmado el Papa Francisco; la imposición de criterios contrarios a la moral como si se tratara de una nueva visión antropológica…

            También en nuestra nación, podemos describir las flechas que buscan herir a tantos hermanos: la corrupción generalizada ya considerada un estilo normal de vida; el empobrecimiento en un pueblo con inmensas riquezas y que se justifica de mil y tantas maneras; los embates de los grupos irregulares que acrecientan la indefensión de amplios sectores de la población; la extorsión que sufren muchos paisanos a lo largo y ancho del país; la acción de tantas mafias que se dedican al narcotráfico, al tráfico de personas y a prostituir personas indefensas; el así denominado bloqueo económico que, en el fondo perjudica a los más necesitados del pueblo; las acciones escandalosas de miembros de nuestras comunidades religiosas que actúan inescrupulosamente; la indiferencia y el conformismo de quienes prefieren no comprometerse y hacer normal la anormalidad; el ansia de poder de quienes, divorciados del pueblo, sólo piensan en sus proyectos ideológicos…

            Quizás hay otras flechas más que causan dolor y miedo. Dolor por ser agudas y traspasan lo más importante de nuestras existencias, la dignidad humana. Miedo, porque suelen llegar con amenazas para evitar reacciones. Pero no podemos negar que sí tenemos, ante estas situaciones una gran y buena noticia: la fuerza perenne y liberadora del Evangelio de Jesucristo. Ella continúa actuando y haciéndose presente y requiere no sólo de la valentía, sino de la decisión para hacerla conocer y hacer sentir también sus consecuencias en medio de nosotros.

            En esta fiesta de San Sebastián se nos invita a admirarla y hacerla nuestra. Más aún, a darla a conocer y convertirla en la fuerza transformadora de nuestra sociedad. Ello exige de los creyentes y personas de buena voluntad que seamos como Sebastián testigos fieles y servidores animados del Señor. Para ello, nos inspira el profeta Jeremías quien, consciente de sus debilidades, asumió el encargo del Dios de Israel para “destruir y arrasar” todo lo que va en contra de la dignidad humana; y así, a la vez, “edificar y plantar” todo lo que eleve y realce la dignidad humana.

            Visto desde la perspectiva actual, el Papa nos da una manera de hacer nuestra esa Buena Noticia para compartirla con los demás. El nos ofrece tres verbos: ENCONTRARNOS-ESCUCHARNOS-DISCERNIR. El encuentro es necesario para reafirmar que no sólo somos iguales sino que estamos llamados a compartir la tarea de construir la Verdad en la caridad desde la comunión entre todos. El Papa mismo, en FRATELLI TUTTI, nos invita a la solidaridad que traduce la fraternidad a la que estamos llamados. Desde esta perspectiva podremos aunar esfuerzos y acciones para protegernos de las flechas antes mencionadas y vencer las insidias del enemigo en las pretensiones de quienes quieren alejarnos de Dios.

            Todo esto conlleva el escucharnos. Hoy se impone el diálogo pero sin condiciones. La única condición exigida es la humildad para conseguir que, entonces el bien común que todos debemos disfrutar. Para ello es urgente y necesario que, al encontrarnos, tengamos apertura de corazón y respeto. No importa si hay diferencias incluso de opiniones. Lo que es irrenunciable es la disposición de todos de fortalecernos en la comunión solidaria y saber escucharnos los unos a los otros sin imposición de ideas. Más todavía, hemos de escuchar el clamor de los más pobres y de los sin voz para convertirnos en su propia voz. Asimismo, hemos de oír sus propuestas y compartir sus esperanzas y sueños. No podemos obviar esto, pues de lo contrario nos condenaremos a la división, puerta de todo tipo de violencia. Si estamos en armonía y en sintonía seremos capaces de apuntar a lo que de verdad necesitamos.

            Esto nos llevará al discernimiento. Es algo complejo, ciertamente. Se trata de descubrir juntos, sin imposiciones ni persecuciones, ni descalificaciones, el camino al desarrollo integral de las personas, de las comunidades, de las naciones. Discernir nos permitirá descubrir las cosas nuevas que exigen una respuesta, pero sin renunciar a las raíces y a la cultura de dónde venimos. Así, podremos avizorar las exigencias del momento presente y las metas volantes hacia las cuales hemos de tender. Eso sí, es un ejercicio que hemos de hacer en todos los niveles y en todos los momentos de nuestra existencia.

            Desde el evangelio podemos tener la certeza que esta acción nos permitirá desterrar las oscuridades del mundo que nos atosigan y crear el ambiente donde resplandezca la Luz de Cristo. Sebastián no fue eliminado aunque muriera en el martirio, pues alcanzó la plenitud a la cual se preparó desde su bautismo. Sebastián no dejó de ser discípulo de Jesús, sino que se hizo decidido testigo de su amor liberador. Sebastián es un ejemplo con el cual nos podemos animar a proclamar y ser la buena noticia de cambio y transformación en el mundo y en la sociedad. Con Sebastián podemos decir por qué proclamamos la Buena Noticia de la salvación liberadora de Cristo: “porque no somos nosotros quienes vivimos, no soy yo quien vive: es Cristo quien vive en mí y en nosotros”, Él que hace nuevas todas las cosas. Amén.

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.

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