Nuevas reflexiones ante la crisis del país
Siempre he creído en la posibilidad del diálogo (y con él de la negociación) como una realidad existencial y propia del ser humano. Fui educado en esta realidad bajo las influencias del Concilio Vaticano II y de uno de los más insignes Pontífices de la historia, San Pablo VI. No hay sino que recordar su hermosa primera Carta Encíclica, ECCLESIAM SUAM”: en ella habla del diálogo y de la urgente necesidad de renovación de la Iglesia. Lamentablemente, aunque muchos apelan al diálogo, éste no resulta fácil si una de las partes impones sus criterios y hasta minusvalora a la otra parte. Entonces, se disfraza el diálogo y se convierte en un monólogo de imposición de ideas o de rechazo de propuestas. Esto ha sucedido a lo largo de la historia.
Para negociar, cuando hay partes enfrentadas, se requiere de un auténtico diálogo: no se trata de vencer o perder, sino de llegar a consensos que permitan superar las diferencias y hasta divisiones; con ello se conseguirá una sana convivencia y se podrá construir la paz necesaria. Esto es válido en todas las instancias de la sociedad.
En nuestro país se habla ahora de negociación. Y sabemos que no es fácil. En primer lugar porque no hay capacidad de diálogo, sobre todo por parte de quienes están en el poder político. Se quiere dialogar pero bajo la primicia de que el otro es quien debe cambiar o asumir un proyecto que se pretende imponer a como dé lugar. Además, cuando se logran algunos acuerdos no se cumplen. Por eso, aunque la palabra diálogo tiene una connotación propia, justa y necesaria, en nuestra nación desafortunadamente ha perdido todo valor y confianza. Lo mismo cuando se habla de negociación. ¿Entre quiénes? ¿Para qué?
Consideramos muy importante iluminar la situación por la que se hace difícil tanto el diálogo como la negociación. Si acudimos al evangelio, allí podremos encontrar una luz que nos permitirá entender lo que sucede en Venezuela. Retornemos en la memoria bíblica a los tiempos de Jesús. Hay una situación peculiar: hay reyes en Israel, pero también hay sinagoga que pretende tener el mando desde la perspectiva religiosa y social; a esto se unen los que detentan el poder, que son los romanos, quienes dominan a la nación. Junto a ellos hay quienes tienen sus propios intereses y menosprecian al pueblo. Y no falta quienes juegan al triste papel de estar en connivencia con todos para lucrarse o valerse de la situación para vivir, aún cuando aparentemente sufran de las condiciones de opresión existentes.
Entre ellos hay una relación, no necesariamente formal y de convenios o pactos; pero se respetan porque se necesitan los unos a los otros. Así todos y cada uno de esos grupos, personalizados en algunos nombres, mantienen su cuota de poder, con los que, alejados del pueblo, se creen los dueños de la nación israelita. Por eso, no resultará fácil para quienes quieren liberar a Israel: pues ¿con quién negocian?
Reconocemos a Herodes y sus seguidores, quienes detentan el poder político y creen tener el dominio de la situación. Pero requieren, al menos del poder militar, representado por Pilatos y los romanos. Más aún, como nos dice el evangelio en un momento llegaron a volver a ser amigos, cuando al juicio de Jesús. Junto a estos dos, tenemos a los miembros de la sinagoga: ellos deciden desde el punto de vista de lo religioso (la ideología de una doctrina manipulada) y mantienen relaciones con los otros grupos, sobre todo con el militar para no perder la fuerza de su influencia. Por eso, no les resultó nada fácil estar en contacto con Pilatos. También nos conseguimos quienes tienen sus intereses y se acomodan a las necesidades para enriquecerse y olvidarse de la gente, pues tampoco son capaces de dialogar y negociar. Para ellos, el interés propio es lo importante. Contribuyen con el poder del cual disfrutan a su manera. Están representados en la persona del rico Epulón, de la parábola de Lázaro el pobre enfermo. Y, por último, tenemos el triste papel de quienes juegan a todos los bandos para ver qué beneficio pueden obtener: están representados en la figura de Judas.
Todos ellos se necesitan. No significa que todos ellos estén unidos. Se encuentran entrelazados en una maraña de poder, de la cual no pretenden salir y desde la cual cada uno ejerce su cuota de poder. Para cambiar la situación de Israel, entonces habría que negociar unitariamente con todos.
¿Acaso no sucede algo parecido en nuestro país? Guardando las distancias, por supuesto, pero sí iluminados por lo que nos enseña el Evangelio, podremos entender porqué no resulta fácil y viable el diálogo y la negociación en Venezuela. ¿Con quién se dialoga? ¿Con quién se negocia? Si se hace con uno de los grupos existentes, sencillamente los otros se sienten invadidos y en peligro. Porque una negociación con un grupo exigiría dejar de lado a los otros grupos que están metidos en la telaraña del poder. Cuando esto se logre entender y asumir, podremos dar un primer paso. Mientras tanto se estará girando en torno a un círculo vicioso: el del poder, que no quiere ser dejado porque, además de los intereses particulares, es una cuestión de sobrevivencia.
En Venezuela, también, pues, nos conseguimos con esos grupos de poder que, entrelazados, guardan su autonomía pero temiéndose los unos a los otros. Es el grupo del poder ejecutivo: el Presidente con los suyos que tienen el mando de todo y parecen tener el control de la situación; pero en el fondo dependen del poder militar para sostenerse y que no se rompan los pactos tácitamente establecidos con los otros grupos de poder. Ellos son los que, aparentemente, están en las mesas de diálogo y de negociación… y los otros reclaman las decisiones. De allí que cuando se llegan a acuerdos (¡!!!) no se cumplen.
Un segundo grupo, al estilo de aquellos de la sinagoga de los tiempos de Jesús, son los que dicen tener el control ideológico y son los que dictan pautas, toman decisiones y dicen orientar la ideología de la revolución. No están en el poder ejecutivo pero tienen lazos con ellos para que ambos puedan sobrevivir. Pero, cuando ha habido negociaciones (¡!!) no son llevados a las mesas de diálogo. Tienen especiales vinculaciones con el poder militar, de donde muchos de ellos vienen.
El tercer grupo es el del poder militar. Lejos de cumplir con su misión de proteger al pueblo, de defender los derechos humanos y de salvaguardar la soberanía de la nación, se han dejado seducir por la corrupción, por el ansia de poder y por un puesto de relevancia en la sociedad. Sin ellos no pueden subsistir los otros grupos. Tienen la fuerza de las armas y están metidos nen todas las instancias del poder ejecutivo. Una negociación tiene que contar necesariamente con ellos. ¿Estarían dispuestos a pensar en la gente cuando han demostrado lo contrario?
Por otra parte, nos conseguimos con el grupo que cuida de sus intereses particulares: los extranjeros que están dentro del país haciendo de las suyas, porque controlan amplios sectores del mundo político y militar, o porque explotan económicamente la nación. Son aquellos que ni siquiera quieren entender que hay muchos Lázaros que están pasando hambre y necesidad. Ellos son acompañados por un quinto grupo, constituido por “testaferros” que juegan para todos los equipos: juegan al gobierno y a la oposición, al pueblo y a sus intereses personales.
Por eso, el mundo tiene que entender que cualquier negociación no será posible si no se rompe este entreverado que parece muy consolidado; pero, en el fondo sólo está es unido por sus propios intereses y por estar en las alturas de un poder que han ido escalando paulatinamente- Han conseguido hacerse de él sin pretensiones de que otros puedan acceder.
Asimismo no puede haber negociación ni diálogo si no están presentes otros factores necesarios: la academia, los gremios, los representantes de los sectores populares, los estudiantes, etc… De lo contrario, los diálogos terminarán siendo un “pacto de elites” que buscan disfrutar de las prebendas que les da el poder, lejos de la realidad de la gente. Y, al contrario de toda lógica, se dialoga para alcanzar objetivos: no se pueden poner los objetivos como cláusulas para alcanzar logros.
Pero hay otra realidad que endurece la situación. Ojalá los líderes mundiales, las naciones y el país mismo logren entender que no se puede dialogar con quienes no juegan limpio ni democráticamente. Ojalá el mundo entienda que lo que está sucediendo en Venezuela ya ha superado las connotaciones de una crisis política y económica. Muchos hablan de estado fallido… pero consideramos que, con toda preocupación, nos conseguimos con un entramado de poder con connotaciones criminales. Si se habla de “estado criminal” no es del todo exacto. El Estado es más que el Gobierno. Pero sí se puede hablar de un entreverado criminal que detenta el poder en nuestro país… y con ese entreverado es imposible dialogar, a menos que cambien de actitud (¿Será factible?)
Es un entreverado criminal que se manifiesta en los hechos: no pensemos sólo en las duras y tristes manifestaciones de represión, las torturas y los asesinatos. ¿Acaso no es criminal hacer pasar hambre a numerosos hermanos? ¿Acaso no es criminal fomentar el odio y el revanchismo? ¿Acaso no es criminal el deterioro de la salud? ¿Acaso no es criminal el que la gente no tenga el justo y oportuno acceso a los medicamentos y otros insumos que favorecen la salud? ¿Acaso no es criminal el haber acabado con el aparato productivo en nuestro país? ¿Acaso no es criminal que se destinen amplios fondos para las fuerzas armadas y no para la alimentación y bienestar del pueblo? ¿Acaso no es criminal que muchos jóvenes no tengan un futuro cierto en nuestro país? ¿Acaso no es criminal que siendo un país rico no haya recursos y se haya empobrecido la mayoría de la población? ¿Acaso no es criminal que se siga mintiendo al país y engañándolo con argumentos traídos de quién sabe qué parte? ¿Acaso no es criminal que quienes juraron defender los derechos humanos del pueblo se hayan puesto al lado de una parcialidad política sólo por sus propios intereses y enriquecimiento? ¿Acaso no es criminal lo que se está haciendo con el arco minero?
Por eso, el mundo entero debe entender que no puede haber negociación con unos grupos de poder entrelazados ellos pero divorciados de la gente; y mucho menos cuando sus acciones atentan criminalmente contra la paz, la convivencia y la dignidad de los hombres y mujeres de Venezuela.
La solución nunca será fácil. Hay que reconocer que mucha gente del pueblo ha sido engañada y ha sido manipulada. Aunque las encuestas hablen de un altísimo rechazo de la gestión de gobierno, ante la dura realidad del hambre, una bolsa de comida. que se da de vez en cuando, hace que se sostenga un régimen inhumano. Por eso, también una de las urgentes tareas es retornar al contacto con las bases. Uno de los grandes errores de los dirigentes políticos ha sido el divorcio con las bases. Y parece no entenderlo. Pero allí es donde tendremos un camino para poder mirar con esperanza el futuro.
¿Qué podemos hacer? Primero tomar conciencia de que la crisis la debemos resolver de verdad, sin “gatopardismos” y sin pensar que otros lo harán. Para las grandes potencias, Venezuela no es sino una ficha de una jugada de tipo geopolítico. Ellos tienen sus intereses en Venezuela y no van a ceder. No les interesa la gente, sino su posesionamiento en orden al control geopolítico de la región. Hay que caminar con esperanza: esta es la capacidad que Dios nos ha dado para cambiar y crecer.
Requiere convocarnos para lograr el cambio que se necesita en el país. Hubo una experiencia organizada por la Conferencia Episcopal Venezolana, cuando se vivió la crisis generada por el 4F y 27N de 1992. Luego de encuentros y reflexiones, se convocó al gran encuentro de la sociedad civil. Este se realizó durante varios días y en él participaron todos los sectores. Los políticos tuvieron que escuchar a los grupos populares y gremiales; los religiosos atender las exigencias de la gente; los empresarios escuchar los planteamientos de todos… y surgieron muchas iniciativas, algunas de las cuales perduran aún en algunos lugares. Se pidió que los dirigentes políticos ocuparan su puesto y no pretendieran convertir el evento en actos de pura bulla y de proselitismo barato.
¿No sería ahora el momento para poder hacerlo de nuevo? La Iglesia tiene el poder de convocatoria. ¡Qué bueno sería hacerlo! Así le demostraríamos al mundo (y a nosotros mismos) que podemos ir dando los pasos para la resolución de nuestros problemas. Entonces podremos volver a plantear que el pueblo es el auténtico sujeto social de la nación, del cambio requerido, del retorno a la convivencia ciudadana y democrática. No es la panacea de las soluciones. Pero abriría un doble espacio: el del encuentro para un dialogo cierto y auténtico y para demostrar que se puede presentar la verdadera alternativa: la exigencia desde todos los sectores para que el entreverado se rompa, se haga justicia y todos apuntemos a la recuperación del país. Es una idea. Pueden surgir otras y hasta mejores…. Pero lo que sí es cierto es que no podemos dialogar y negociar con un entreverado de poder con características de orden criminal, que han cometido crímenes (valga la redundancia) de lesa humanidad. Esto lo debe entender el mundo… de lo contrario estaremos como niños jugando al trompo: lo veremos girar y girar, pero sin poder hacer más nada.
El entreverado de la época de Jesús terminó por llevar a Cristo al Calvario. Hoy nuestro pueblo está sufriendo su propio Calvario… pero los creyentes en Jesús, sabemos que Él venció al pecado del mundo y a la muerte. La fuerza de su Resurrección es la que cambió todo y nosotros la tenemos. Es hora de reaccionar más desde las bases y no en la espera de que nos den soluciones de un cambio para no cambiar en nada.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
8 de octubre de 2019