Cuando el Señor instituyó el Sacerdocio de la Nueva Alianza, por pura manifestación de la gracia que libremente concedía a sus discípulos, dispuso que quienes pudieran participar en ese único y sumo sacerdocio lo hicieran configurándose a Él. La configuración no es un simple atributo externo ni siquiera una manera de vivir o ejercer el ministerio sacerdotal. Es mucho más que eso. Es la transformación interna (ontológica, como dicen los teólogos) que cambia la existencia de quien recibe el Orden sacerdotal.
Esa configuración se realiza en un bautizado, miembro del pueblo de Dios, que ha sido elegido por el mismo Señor, como nos lo refiere el evangelista Juan. Este, en varios momentos demuestra que, primero, quien elige es el mismo Señor y, segundo los asocia de tal manera que son sus más estrechos colaboradores, sus amigos más íntimos. Esto no para llenarlos de privilegios sino para que se identifiquen con Él de tal modo que se manifiesten como servidores de todos y no como burócratas o profesionales que requieren ser servidos por los demás.
El Cristo al cual se configuran los ministros ordenados es el mismo que se encarnó para cumplir la voluntad del Padre. Hecho hombre, se rebajó renunciando a su condición divina para hacerse uno más entre los suyos y así manifestárseles como la Verdad que libera y la Palabra que ha habitado en medio de la humanidad. Este empequeñecimiento, -kénosis, como lo dirá Pablo a los Filipenses- es el medio para enriquecer a los hermanos con la salvación. A lo largo de su vida pública, Jesús se fue manifestando como el servidor que se preocupó por todos, particularmente por los más pobres, los publicanos y los menospreciados.
Podemos ver, en la realidad sacerdotal del Señor Jesús dos momentos en los que de modo directo mostró que su sacerdocio implicaba ese empequeñecimiento para enriquecimiento de los demás: con el lavatorio de los pies y con su entrega sacrificial en la Cruz del Calvario. Esta entrega es el culmen de su misión. Se rebajó a morir sacrificándose en una muerte de Cruz para cumplir definitivamente la promesa del Padre misericordioso y darles la liberación a los seres humanos capacitándolos para llegar a ser hijos de Dios. Pocas horas antes, con la institución de la Nueva Alianza durante la Última Cena, Jesús mismo anunció por qué lo hacía: para mostrar con su servicio humilde que su preocupación estaba dirigida a la salvación de los demás, por lo que era capaz de dar y ofrecer su propia vida.
A ese Cristo encarnado, empequeñecido y servidor, capaz de dar su vida por la salvación de los demás se configura quien recibe el sacramento del Orden en sus diversos grados. No es ningún cargo o función profesional, no es una posición para obtener prebendas o pretender privilegios, no es algo que uno elige para un reconocimiento protocolar de parte de la sociedad. Quien es llamado, elegido y consagrado como configurado a Cristo tiene que tener la conciencia de que ha sido llamado a vivir la encarnación en medio de los suyos, empequeñecido para servir y dispuesto a dar su propia vida, incluso hasta el ofrecimiento de ella a Dios.
Por eso, el ministro sacerdote está destinado a ser puente entre todos, sin excepción para hacerlos llegar al encuentro con Dios. De allí, también que tenga los mismos sentimientos del Señor, cuya fuente está en el amor y su expresión está en la humildad. En efecto, la humildad será la manera como muestre esa configuración como servidor auténtico. La humildad no significa renunciar o esconder los dones y carismas y aparentar lo que no se es. La humildad es la manera como debe presentarse cual servidor del pueblo de Dios en nombre del Sumo y Eterno Sacerdote. Entonces, el ministro ordenado, precisamente por su identificación sacramental con Cristo, evitará todo aquello que lo aleje de los demás: la prepotencia, la arrogancia, el pensar que es más que los demás, la incapacidad para el diálogo, el no ser hombre de comunión y ser individualista…
Para significar este empequeñecimiento y su actitud de pleno servicio a los demás, en el rito de la sagrada ordenación hay un gesto muy diciente. Cuando, luego de haber pasado el examen acerca de su disponibilidad y obediencia, se postra rostro en tierra y se cantan las letanías de los santos. Este canto viene a indicar la extrema necesidad que el ordenando tiene de la ayuda de Dios. Para poder ser un buen ministro, servidor de todos sin excepción, debe contar siempre con la ayuda de Dios y la intercesión de los santos. Esto, inclusive, tiene una conclusión: sólo puede realizarse esto si es hombre de oración continua.
A la vez, con dicho gesto está demostrando que será una persona humilde, empequeñecida para engrandecer a los demás mediante el ejercicio de su ministerio. Es la puesta en práctica de lo que Pablo nos enseña de Jesús en la carta a los Filipenses. No es un gesto bonito, aunque lo sea en su forma de realizarse. Es un gesto, más bien, determinante de lo que va a ser la vida de quien será ordenado para el servicio del pueblo de Dios. Y como bien lo señalara el Santo Cura de Ars, se postra para significar su debilidad y pequeñez, para luego alzarse identificado con la grandeza de Cristo el Señor para beneficio de los hermanos.
El Papa Francisco, el pasado lunes 24 de octubre en un discurso y diálogo con seminaristas y sacerdotes, señaló lo siguiente: “Hay que asumir el estilo de Dios que es la cercanía. Porque Dios se hizo cercano en la encarnación de Cristo. Está cerca de nosotros: Un buen sacerdote es cercano, compasivo y tierno”. Un sacerdote nunca debe olvidar esto: que el estilo de Dios “es siempre cercanía, compasión y ternura”.
Insiste el Papa, a la vez, que el olor a oveja debe ser propio de cada sacerdote. Para ello “es importante mantener el contacto con el pueblo, con el pueblo fiel de Dios, porque ahí está la unción del pueblo de Dios con las ovejas”. Por eso, queridos hermanos, nuestra obligación por orar por todos los sacerdotes a fin de que nunca dejen de oler a ovejas y sean capaces de actuar con humildad al mismo estilo del Sumo y eterno Sacerdote con el cual se han configurado. En el caso que hoy nos convoca la Iglesia, tengamos muy presente el acompañamiento que hemos de brindarle a Luis Fernando, con la amistad y la oración, para así ayudarlo a ser humilde y servidor capaz de dar su vida por los demás.
Querido hijo:
Estás comenzando una nueva etapa en el camino de tu vida dentro del camino de la Iglesia. Estás invitado por el mismo Señor a imitarlo. Imítalo sólo a él y tendrás la seguridad de actuar en su nombre. No copies modelos falsificados o caricaturas de ministros que, lamentablemente a veces se consiguen en la Iglesia. No busques puestos ni prebendas. Como dice el Papa Francisco: No seas escalador de posiciones ni profesional de lo religioso. “El escalador al final es un traidor, no es un servidor. Busca lo suyo y luego no hace nada por los demás”
Tienes grandes capacidades para el ministerio sacerdotal, pero vívelas y ponlas al servicio de todos con la humildad del Señor que te signa con su gracia. Ten dispuestas tus manos para bendecir, perdonar, levantar y guiar. No caigas en la tentación del poder y del afán de pensar que por ser sacerdote eres más que los demás. Trata bien a todos, en particular a los pecadores, a los pobres y a los excluidos, a los débiles y alejados…no seas nunca un cura regañón ni prepotente. Al contrario que toda tu vida, con sus acciones, con tus palabras y con tu testimonio sean un medio para hacer sentir la ternura de Dios a los hermanos, conocidos y desconocidos. Que tu vida sea expresión de la sonrisa del Dios amoroso y lleno de misericordia. Que tus sudores sean capaces de refrescar el cansancio de tantas personas y que tus lágrimas se confundan con las de quienes sufren para ser elixir que cura sus corazones afligidos. Sé tú mismo, no lo que otros quisieran que tú fueras, no lo que las candilejas del mundo Intentarán encandilarte…sé tú, configurado al Señor para que llegues a decir como Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
Las manos amorosas de María, madre del Sumo y Eterno sacerdote, así como la protección de José con su corazón de Padre te acompañen en todo momento para manifestar en todo tiempo y lugar la fidelidad de tu respuesta al llamado consagratorio que hoy Dios te hace para siempre. Amén.
+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTÓBAL.