SANTA ANA DEL TÁCHIRA, 28 DE AGOSTO 2021.
Al participar en el sagrado rito de la ordenación presbiteral, todos estamos llamados a reafirmar nuestra profesión de fe en el Sumo y Eterno Sacerdocio de Jesucristo. El acto sacramental que ejercemos en este día conlleva que los candidatos, en este caso Carlos y Jhonatan Joel, sean configurados a Jesús, Buen Pastor y Sacerdote eterno según el rito de Melquisedeq. A partir de este momento, teniendo sus mismos sentimientos deberán actuar en su nombre y como ministros de una Iglesia que coopera con la misión salvífica inaugurada con la Pascua del Cordero de Dios.
Al participar de manera sacramental en el misterio del sacerdocio de Cristo, el neo-presbítero comienza a ser memoria viva del Señor, con su enseñanza, con su conducción pastoral y el encargo de santificar al pueblo de Dios y a toda la humanidad. Es tal la compenetración que debe darse, que el sacerdote al ejercer su ministerio es capaz de mostrar la razón de ser de la misión del mismo Señor: cumplir la voluntad del Padre Dios y, a través de su ser y quehacer ministeriales mostrar el rostro del Padre.
Jesús, a quien está debidamente configurado, no es el Padre, pero sí lo da a conocer. Más aún, al mostrarlo-revelarlo hace sentir la fuerza de la paternidad divina en medio de los suyos a tal punto que con su entrega sacerdotal y pascual les da a los seres humanos la capacidad de llegar a ser hijos de Dios. Esto conlleva en la Persona de Jesús las características de la paternidad divina que manifiesta y enriquece a los suyos. La fuerza de esa paternidad divina se expresa de modo particular en su amor extremo capaz de crear nuevas todas las cosas y hacer del ser humano el hombre nuevo.
A quienes reciben el sacramento del Orden en sus diversos grados, el Espíritu Santo los capacita (“hace dignos”, la famosa “dignatio de los Padres de la Iglesia) para hacer sentir la mencionada fuerza de la paternidad divina. Todo ello requiere, junto con la conciencia de saberlo, que toda la disponibilidad del ministro ordenado se orienta al ejercicio de esa paternidad. Para ello, siguiendo el ejemplo de Abraham, el ordenado debe mostrar total disponibilidad y generosidad. Una de las maneras de darlo a conocer es con el compromiso del celibato que se haya en el rito de ordenación diaconal. Más que renunciar, el ministro le entrega lo que humanamente posee de más propio, como lo es su capacidad de ser padre-papá.
No hay que ver el celibato como si se tratara de una tragedia humana y psicológica. Durante los años de formación, se supone que el candidato es introducido y educado en la teología, espiritualidad y práctica del celibato no como una mera ley humana o imposición de carácter histórico, sino como lo que es: la gracia de un estado de vida que le permite, identificado con Cristo, hacer donación de todo su ser sin exclusivismo y sin depender de una persona para dedicarse plenamente a todos y cada uno de los miembros del pueblo de Dios. Lo hace al identificarse a Cristo, Virgen y libre para amar sin excepción y engendrar los hijos nuevos de la pascua liberadora. Es lo que le responde al ministro ordenado.
Esa ofrenda radical de su paternidad física no lo exime de ejercer la paternidad sacramental en nombre del Señor Jesús. Desde este horizonte, podemos entender que todo lo que hace el sacerdote viene a ser manifestación de la paternidad del Padre. Esto lo hace con conciencia de su configuración a Cristo y porque, en el fondo, el sacerdocio conlleva lo que significa ser padre: engendrar en la fe, acompañar y hacer crecer a los nuevos hijos de Dios y tratarlos con las características del mismo Padre Dios: misericordia, amor, compasión, llamada a la santidad…
Todo ministro ordenado ejerce una auténtica paternidad espiritual desde la ofrenda de su existencia. Esto implica un amor incondicional. Un hombre que no sea capaz de amar a Dios, al prójimo y a sí mismo, sea sacerdote, diácono o no, nunca podrá ejercer ningún tipo de paternidad. Aquí está la clave, entonces para entender lo que significa para cada sacerdote “ser padre”. En el fondo, “ser padre” significa ser testigo del amor absoluto e incondicional de Dios por toda persona humana, sin distinción. Como lo enseña Pablo, se trata de un amor pleno que todo lo puede, lo soporta, todo lo cree, todo lo supera. Entonces, es un amor que acoge y abraza para hacer sentir a los demás que son hijos del Padre Dios. De allí que, con la fuerza del Espíritu, el sacerdote-padre no deba tener nunca la actitud de rechazo, de desprecio, de discriminación, de dureza de juicios temerarios hacia nadie…
Identificándose con la misericordia paterna de Dios, irá al encuentro de cada uno sin distinción. Particularmente irá al encuentro de los más débiles, los pecadores, los excluidos y pobres de todo tipo, los más heridos y vulnerables dentro de la Iglesia y la sociedad. Así mostrará no sólo paciencia y compasión, sino que será capaz de transmitir la esperanza que tanto debe animar a los demás. Esperanza, por otro lado, que debe alentar a seguirlo como Buen Pastor que conduce a su grey aún en medio de los caminos difíciles.
Ese amor incondicional le da al ministro ordenado la verdadera autoridad que lo ha de distinguir. No es la autoridad del poder mundano, ni la de un profesional o gerente eficientísimo en obras materiales. Es la autoridad del servicio que termina siendo la capacidad de transmitir la verdad y una palabra que orienta, guía, corrige, hace crecer y convoca al seguimiento de Jesús. No es dominación, como lo suelen pretender los poderosos de las naciones. Es, desde la humildad y disponibilidad, ayuda a percibir la llamada de Dios a todos hacia la plenitud. Quien ejerce la autoridad en nombre de Dios, más que “mandar” comunica una palabra de verdad que libera y una fuerza para seguir en el camino de la novedad de vida hacia la plenitud.
Lamentablemente, no todos han entendido la autoridad en el sentido evangélico de la palabra. La han trastocado por el vicio del clericalismo que tiene como gran telón de fondo, junto con el individualismo, el ansia de poder en todos los sentidos. Al no tener sentido de la auténtica paternidad con autoridad, los sacerdotes pueden caer en las tentaciones peligrosas por sus consecuencias: la autosuficiencia y autorreferencialidad, los abusos contra las personas del pueblo de Dios, incluyendo tristemente a los que se han valido de los menores de edad causando escándalos, el pensar que nadie está sobre sí y creer que es haciendo muchas cosas y bien cómo se consigue ejercer dignamente el ministerio.
La verdadera autoridad está basada en la figura del servidor capaz de lavar los pies de sus discípulos y hacer del servicio el estilo de vida. No son los títulos ni las prebendas humanas lo que le dan fuerza al ministro. Al contrario, es el amor incondicional sin exclusivismos lo que demuestra que el ministro actúa con la autoridad que le da la gracia del orden; esto es, lo que le permite de verdad actuar en el nombre del Señor.
Dentro de unos instantes presenciaremos una nueva manifestación de la gracia de Dios para nuestra Iglesia y para todos. Por la imposición de las manos y la oración de consagración, Carlos recibirá el don del ministerio presbiteral y Jhonatan Joel el del diaconado. Esto les dará la autoridad del servicio signada con la cruz de Cristo; autoridad que mostrará si practican radicalmente la caridad del Buen Pastor: esto es, si hacen todo identificados con el Padre Dios y su amor incondicional que todo lo puede.
Oremos siempre por ellos. Y dentro de unos momentos, durante el canto de las Letanías de los Santos, imploremos para ellos la gracia de ser fieles reflejo de la paternidad de Dios.
QUERIDOS HIJOS:
Al recibir el orden del diaconado hacen la ofrenda de la propia paternidad humana con la promesa del celibato. Ahora, también se colocan ante Dios Padre para recibir la transformación del Espíritu y así configurarse a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Con este gesto litúrgico-sacramental recibirán el don maravilloso de ser reflejo de la paternidad espiritual de Dios. Es un regalo y un compromiso. Compromiso que deberán asumir libremente con la total ofrenda de sus vidas; regalo de la gracia de un Dios quien les elige y consagra para ello.
No dejen de manifestar el amor incondicional de Dios a los demás. Esto implica la libertad de espíritu y la capacidad de responder con total generosidad. Distínganse siempre con la caridad del Buen Pastor, quien les capacita también para que ofrecer la vida, aún hasta el extremo si fuera necesario, a fin de hacer que muchos lleguen a ser y vivan como hijos de Papá Dios. No dejen de lado la humildad, para que todo, al hacerlo en el nombre de Jesucristo manifieste que lo hacen con la autoridad de la Iglesia y del Espíritu que guía desde lo alto a través de ustedes en el servicio.
San Joaquín y Santa Ana les acompañen con su intercesión. María, Madre de los Sacerdotes sea su protectora a lo largo del ministerio que hoy comienzan. Amén
+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.