HOMILIA EN LA MISA CRISMAL Y ORDENACIÓN PRESBITERAL

Junto con el salmista, cantamos un cántico nuevo por las obras maravillosas que Dios sigue realizando en medio de nosotros. Una de ellas es el sacerdocio de Jesucristo que es ejercido también de manera sacramental por algunos elegidos y consagrados para configurarse al Sumo y Eterno Sacerdote. Es una manera de mostrar el amor y la lealtad de Dios para con su pueblo.

Se trata de un ministerio inmenso y que sólo podemos asumir y aceptar por la fe. No hay teoría científica alguna que lo explique. Sólo desde la Palabra y con la enseñanza y liturgia de la Iglesia podemos comprender que se refiere a una realidad que escapa de las manos de los seres humanos. Es obra de Dios, realizada en la pequeñez de unos siervos convocados y constituidos para servir al pueblo de Dios.

El evangelista Juan, al presentarnos la oración sacerdotal de Jesús en la Última Cena, nos refiere las palabras del Señor, dirigidas al Padre Dios: “Santifícalos en la Verdad. Tu Palabra es la Verdad”. Al consagrarlos, el Padre los une y configura a Jesús, quien es la Palabra de la Verdad. ¿Para qué los consagra? Para dos cosas importantes: a fin de que sean santificados y así poder cumplir cona misión en el mundo donde son enviados para proclamar el Evangelio y conducir a la grey como pastores que llegan a ser.

El Maestro reconoce que no les será fácil ya que no son del mundo y deberán sufrir las mismas vicisitudes que Él ha tenido. Es que el mundo no los quiere. Sin embargo, con la fuerza recibida por esa consagración, ellos pueden vencer al mundo e implantar el Reino de salvación. Es lo que en la segunda lectura San Pedro nos advierte: “Apacienten el rebaño que Dios les ha confiado y cuiden de él no como obligados por la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere”. Esto requiere no actuar como si se tratara de una profesión ni con los criterios del mundo: es decir, “no por ambición del dinero, no como si fueran dueños de las comunidades”. Al contrario, “con entrega generosa…y dando buen ejemplo”.

Para ello, como sucedió con Moisés y los setenta ancianos elegidos, Dios les transmite a los ministros ordenados su Espíritu. En el caso de los presbíteros, como nos lo dice la oración consagratoria, reciben el Espíritu de Santidad, con el cual adquieren los carismas propios para el ejercicio del ministerio en medio de los suyos y para bien del pueblo de Dios.

En estos tiempos de dificultades serias, por la pandemia y por la crisis que atraviesa el país, el ministerio de los presbíteros es esencial: en primer lugar, para conducir y apacentar al pueblo de Dios con los criterios del Evangelio. De allí la urgencia de tener la conciencia clara del ser y quehacer del ministerio. Es ante todo una consagración en la Verdad para el servicio. Lejos de nosotros toda tentación a pensar que somos funcionarios y mucho menos que estamos sobre los demás. Al configurarnos a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, lo hacemos como signos reales de su “kénosis”; esto es, el haberse hecho pequeño para engrandecer y enriquecer a la humanidad con la gracia de su entrega salvadora. Para ello, los sacerdotes son consagrados en la Verdad. Esta es la que hace libres plenamente a la humanidad.

Hoy se requiere de todos los sacerdotes la total y radical dedicación al pueblo, para compartir sus alegrías y esperanzas, así como sus dolores y angustias. Más aún, por ser pastores que se dedican a apacentar la grey, deben hacerlo desde dentro de él y con la conciencia y decisión de pertenecer al mismo. En este sentido conviene recordar lo que San Agustín nos enseña al respecto cuando recuerda que los pastores, antes de ser consagrados eran ovejas del rebaño; y siguen siéndolo al pertenecer a la Iglesia.

Al ser consagrados en la Verdad y recibir la fuerza del espíritu, adquieren la gracia para ser castos-célibes, pobres y obedientes. La castidad-celibato es la expresión externa de la donación personal al Padre, como lo supo hacer el mismo Jesús. Así, podrán hacer patente la paternidad de Dios en la libertad y generosidad de su entrega. De igual modo, debido a la pequeñez y el vaciamiento que los identifica a Cristo, viven la pobreza como un don para enriquecer a todos, en esencial a los más pequeños y necesitados. Hoy por hoy, sobre todo en nuestra región, los sacerdotes deben dar ejemplo vivo de la opción preferencial por los pobres y los vulnerables. Y todo ello, asemejándose al Hijo que no dudó de cumplir la voluntad de Dios a través de la obediencia. Esta no es el mero cumplimiento de una orden o de un encargo, sino el actuar en nombre de la Iglesia buscando siempre hacer realidad el designio divino de liberar a todos los hombres para introducirlos en “los cielos nuevos y la tierra nueva”

En este día, al cantar un cántico nuevo por las maravillas que Dios realiza en nosotros damos gracias. Contemplamos la obra de sus manos al admirar el hermoso espectáculo de un presbiterio cuerpo sacramental de los elegidos por Dios para actuar en nombre de su Hijo Sacerdote. Son ellos los que nos garantizan que la obra de salvación se mantiene por el pastoreo y por hacer memoria permanente de la acción salvífica que nos introduce en la planitud de la vida.

Ese cántico nuevo se abre a la acción de gracias por el regalo maravilloso de tres jóvenes que, llamados, dan la respuesta y prestan sus cuerpos para ser santificados en la Verdad con la acción del Espíritu Santo. Son jóvenes, es cierto. Su ilusión inicial los llevará a madurar en su experiencia ministerial y así serán, como en el caso de aquellos ancianos compañeros de Moisés, próvidos colaboradores del Obispo y sus hermanos presbíteros para continuar haciendo posible la obra iniciada en la pascua liberadora del Sumo y Eterno Sacerdote.

A ellos tres me dirijo ahora para animarlos y sostenerlos con nuestra oración y comunión. No sientan miedo. Habrá dificultades y momentos de logros… habrá noches oscuras y oasis de gozo… habrá momentos de duras responsabilidades… pero siempre contarán con la luz del Espíritu. Aférrense siempre a Jesucristo Sacerdote a quien se configuran. Manténganse siempre alegres en el señor y en fraterna comunión con sus hermanos de presbiterio. Una cosa importante que no deben olvidar: Dios cuenta con ustedes y el pueblo de Dios espera de ustedes, dedicación, santidad y testimonio. ¡Ánimo y adelante!

A ustedes, mis hermanos del presbiterio: ¡qué hermoso poder renovar nuestro compromiso sacerdotal en este día! Nos sentimos bañados por la gracia de Dios y nos consideramos dichosos por saber que Dios nos ha elegido para consagrarnos en favor del pueblo de Dios. No desfallezcamos. Hoy el pueblo nos necesita como lo que somos, pastores de la grey capaces de dar la vida por todos. ¡Ánimo y adelante!

Y ustedes, queridos hijos, al contemplar este hermoso cuadro de unos nuevos sacerdotes y todo un presbiterio que está al servicio de ustedes, no dejen nunca de acompañarlos y orar por ellos. Es un gran regalo de parte de Dios para esta diócesis tachirense. Ténganlos siempre en sus oraciones puedan ser fieles en su entrega generosa. Ellos están configurados a Cristo Sacerdote Eterno. No dejen hoy de felicitarlos y de hacerles sentir que los quieren mucho. Ante ellos renovemos ahora nuestra fe en Cristo Sumo Sacerdote, al cual se han configurado. Lo hacemos, como es nuestra costumbre desde hace años, dándoles el más sonoro, cálido y cariñoso de todos los aplausos.

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL

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