HOMILIA EN LA ORDENACION EPISCOPAL DE JUAN ALBERTO AYALA RAMIREZ, OBISPO TITULAR DE RUSUBISIR Y AUXILIAR DE SAN CRISTOBAL

La Palabra de Dios nos da a conocer una preocupación apostólica de Pablo: asegurar buenos cooperadores suyos para atender las comunidades eclesiales a su cargo. Pensaba en términos de presente, al establecer guías para esas comunidades; y también lo hacía con mirada futura para procurar sucesores luego de su partida. Así nos lo deja ver el texto de Hechos de los Apóstoles proclamado hace unos minutos: el Apóstol no sólo les advierte a quienes ha convocado en Mileto acerca de los peligros a los que habrán de seguir enfrentándose, sino les reafirma cómo los ha ido preparando para la delicada misión que reciben. Entonces les confirma en la tarea recibida encomendándolos a Dios y a su Palabra de salvación para que crezcan en el Espíritu.

 

Por otra parte, el mismo Pablo muestra su cercanía paternal hacia quien, luego de haber sido su discípulo, ahora se convierte en un estrecho cooperador: Timoteo. La Segunda Carta a Timoteo es toda una síntesis de lo que un Obispo debe ser y realizar. A la vez, muestra la estrecha relación con la cual ha tratado a su “hijo en la fe”. Lo conoce muy bien a tal punto que recuerda cómo su fe nació por medio de su abuela y su madre; fe que fue creciendo y madurando gracias al contacto del discípulo con su maestro.

 

Ahora el maestro le entrega el “testigo” en la carrera en la que ambos participan hasta llegar a la meta. Por eso, Pablo le dará una serie de recomendaciones, llenas de afecto, que enfatizan lo siguiente: la fidelidad al don recibido por la imposición de sus manos, con lo que llega a tener espíritu, no de temor, sino de fortaleza, amor y moderación. De allí la decisión valiente que lo debe impulsar a no avergonzarse ni de él ni de la Palabra que predica, sencillamente porque sabe en quién ha puesto su confianza. Más aún, en todo tiempo y circunstancia, a Timoteo le corresponderá imitar a Pablo compartiendo con él el anuncio del Evangelio, del que ha sido nombrado predicador, apóstol y maestro.

 

Tanto Pablo, como sus cooperadores, los demás Apóstoles y sus sucesores, por el sacramento del Orden, son configurados de una manera particular a JESUCRISTO quien es el “Apóstol del Padre”. Por la gracia del Espíritu, como lo cantábamos en el salmo responsorial comienzan a vivir una condición particular: “Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando, dice el Señor”. Y ¿Qué les manda el Señor? Hoy la respuesta la encontramos en la alegoría del Buen Pastor: Jesús quiere que los Obispos, sucesores de los Apóstoles, al igual que Timoteo, sean imagen-ícono del Buen Pastor.

 

Por ello, han de integrarse con su grey a tal punto que además de conocer a a cada una de las ovejas por su nombre, sean conocidos por ellas. Entre el pastor y sus ovejas no sólo ha de haber sintonía sino una estrecha comunión. Así, entonces, el conocimiento mutuo se convierte en identidad y sentido de pertenencia en comunión. La garantía que el Pastor Bueno ofrece para sellar esta comunión es su entrega total y su disponibilidad pena de ofrecer la propia vida por ellas. Muy al contrario de los mercenarios o asalariados que huyen ante el peligro, el Buen Pastor protege, cuida y conduce a las ovejas que no dudan en seguirlo pues saben que Él está dispuesto a inmolarse por ellas.

 

Hoy, podemos hacer realidad lo que el salmo responsorial entona: “Alabemos al Señor sus fieles todos… Entremos por sus puertas dando gracias… porque el Señor es bueno, eterna es su bondad y su fidelidad no tiene término”. Dios se ha fijado nuevamente en esta Iglesia local de San Cristóbal y nos da el regalo bonito de un Obispo Auxiliar. Damos gracias a Dios porque esa nueva ayuda al ministerio episcopal surge de en medio del presbiterio de esta misma comunidad eclesial. El Santo Padre Francisco, como Obispo de Roma y Guía de la Iglesia Universal, nos ha concedido la gracia de que un joven sacerdote nacido en estas tierras andinas sea consagrado para ejercer el ministerio episcopal en medio de nosotros.  Agradecemos de todo corazón a Francisco, Papa, por haber elegido de “entre los operosos sacerdotes” de San Cristóbal, a Juan Alberto para servir al pastor y a la grey tachirense, con la fuerza del Espíritu y, a la vez, en nombre del Señor contagie a todos “la alegría del Evangelio”.

 

Al igual que Timoteo, Juan Alberto nació y se crió en un hogar lleno de la fe en Cristo: sus padres, JOSÉ EFRAÍN Y MARIA JUANA le dieron a conocer la fe en la que creció; y cuando estos ya no estuvieron por haber partido a la Casa del Padre Dios, JUAN JOSÉ y TOMASA -sus tíos- se encargaron de madurarla y de seguir acompañando al jovencísimo seminarista. De ellos, sus padres y tíos, no sólo aprendió a ser discípulo de Jesús, sino que recibió el apoyo necesario para llegar al presbiterado un día 1 de noviembre del año 2012 en su amada Pregonero.

En esta hermosa mañana, quien le impuso las manos para darle la configuración a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, de nuevo le impondrá las manos en comunión con los Obispos presentes y lo ungirá, para transformarlo en “Apóstol de Jesucristo”.   Con ese gesto, además de agregarlo al Colegio Episcopal, lo marcará para convertirlo en “predicador, apóstol y maestro”. Entonces, al igual que Timoteo, el nuevo Obispo, como hizo Pablo con los convocados por él en Mileto, será “encomendado a Dios y a su Palabra de salvación para que crezcan en el Espíritu”.

 

Esa confirmación, mediante la oración consagratoria y los diversos ritos de la Ordenación Episcopal, al configurarlo al BUEN PASTOR, le dará la capacidad y el carisma de colocar su propia vida como garantía para las ovejas a quienes de ahora en adelante deberá servir. Recordemos, como nos lo enseña el evangelista Marcos que “servir” es, ante todo “dar la vida por la salvación de los demás”. Al igual que Pablo, se convertirá en “servidor y testigo”, “profeta de la fe”, “constructor de la unidad” … para ser, como el profeta Jeremías “columna de hierro y muralla de bronce” para defender al pueblo y sostenerlo “a tiempo y a destiempo”.

 

Cual Buen Pastor, entonces, será anunciador “de la Palabra de Dios con sabiduría y perseverancia” en comunión con la Iglesia a la que debe “proteger” lo cual requiere conocer y mantener intacto el depósito de la fe, para transmitirlo a todos. Ello exige, por supuesto, que en él brille “el resplandor de la santidad”, con la cual guiará al pueblo de Dios por las sendas oscuras y barrancos peligrosos. Para eso ha sido elegido y consagrado: se le entrega el encargo de “cuidar a toda su grey, porque el Espíritu Santo lo ha constituido obispo, a fin de apacentar la Iglesia de Dios”

 

Por todo ello, ahora damos gracias. En primer lugar, a Dios que ha sido grande con nosotros y nos hace estar alegres. Dios, uno y trino, sigue bendiciendo a esta hermosa tierra tachirense y a la Iglesia que edifica aquí el Reino de Dios. Gracias al a Iglesia que llama a uno de los suyos para el ministerio episcopal. Gracias a FRANCISCO por haber escuchado nuestra petición y concedernos esta fraterna ayuda. Gracias al hermano ALDO GIORDANO, Nuncio Apostólico, por todas las diligencias que realizara y que han culminado con el nombramiento y ordenación de Juan Alberto. Gracias al Episcopado Venezolano que recibe entre sus filas a un nuevo y joven obispo. Gracias al Presbiterio Diocesano por acompañar en estos años a quien ahora le corresponde ser servidor y testigo para él. Gracias al Seminario donde se forjó desde hace muchos años la personalidad sacerdotal del nuevo Obispo. Gracias a Pregonero, tierra levítica por habernos dado uno de sus hijos para el ministerio de la Iglesia. Gracias a los padres, tíos y familiares de Juan Alberto ya que hicieron crecer en él la semilla de la fe y de su vocación sacerdotal. Gracias al Pueblo de Dios que anuncia el evangelio en este Táchira querido y que comenzará a disfrutar las primicias de un nuevo “sucesor de los Apóstoles”. Gracias a todos por hacerse eco con alegría de la mejor definición de la Trinidad Santa: “DIOS ES AMOR”.

 

 

Querido Juan Alberto:

Pido prestadas las palabras a Pablo para decirte “Doy gracias a Dios…cuando continuamente, noche y día, me acuerdo de ti en mis oraciones… pues evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes… Tú, pues hijo mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús… Acuérdate siempre de Jesucristo, Resucitado de entre los muertos… Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como hombre probado, como obrero que no tiene por qué avergonzarse, como fiel distribuidor de la Palabra”.

 

La Iglesia ha confirmado la llamada que Dios te ha hecho para el ministerio episcopal. Como ha sido característica propia de tu vida, has dicho sí, al estilo de María: “Hágase en mí según tu Palabra”. Ella, ciertamente acompañará tus pasos episcopales al igual que lo ha hecho desde tu nacimiento como cristiano el día de tu bautismo. Gracias por tu respuesta generosa. Has dado testimonio de entrega y dedicación, al estilo del Pastor Bueno. Tu experiencia como ministro configurado a Cristo muestra que te sientes parte de la grey: conoces las ovejas y eres conocido por ellas. Ahora debes hacerlo con radical decisión, pues debes ser con todo tu ser y tu actuar ministerial, memoria viva del Señor en medio de los tuyos. Es el significado del imperativo presente en  el mensaje de Pablo a su cooperador Timoteo. ACUERDATE DE JESUCRISTO.

 

Son muchas las recomendaciones y consejos. Pero quisiera, en este solemne momento, invitarte a que permanezcas siempre fiel a ese Resucitado del cual eres constituido “servidor y testigo”, siempre actuando en su nombre, conociéndolo, amándolo predicándolo con la fuerza del Espíritu que te ha ungido hoy para participar en el sumo sacerdocio de Jesucristo. Al hacerlo, fortalece y demuestra tu fidelidad a la Iglesia: para ello nunca dejes de ser hombre de comunión con el Obispo de Roma y los demás miembros del colegio episcopal, con tu Iglesia local, con los hermanos de tu presbiterio, los miembros de la vida consagrada y los laicos. Que la alegría del Evangelio, una de tus características personales, se manifieste de manera continua y sirva de resonancia a la voz de Dios que es dirigida a todos sin excepción.

 

Llamado a enseñar y santificar, que tu predicación y la celebración de los misterios de la fe, sobre todo la Eucaristía, hagan sentir que eres página viva del Evangelio y ofrenda que se entrega por la salvación de todos, incluso con la donación de la propia existencia si fuera necesario. Esto permitirá que las ovejas te sigan con la plena certeza de que las conduces hacia los pastos seguros de los cuales nos habla el salmista. Nunca renuncies a la sencillez, distintiva de tu personalidad. Ella te permitirá tener un corazón abierto para sintonizar con Dios y derribar todo muro de división que puedas encontrar. Únela a la perseverancia para no perder de vista el horizonte del Reino de Dios. Entonces no dudarás buscar las ovejas perdidas o alejadas para atraerlas al redil de la unidad y de la paz en Cristo.

 

Sin descuidar a nadie, sean los pequeños, los pobres, los excluidos y los vulnerables los primeros en recibir tu dedicación. Para ello, no dejes de imitar al Maestro quien además de darnos el ejemplo al lavar los pies a sus discípulos, nos pidió que hiciéremos lo mismo con los más pequeños. Hoy, cuando en nuestra nación y región, hay tantos hermanos menospreciados y descartados, no tengas miedo de estar a su lado y de hacerles experimentar la ternura de la misericordia de Dios.

 

Todo lo podrás hacer acompañado de María la Madre del Buen Pastor, hoy recordada como Guadalupe, Emperatriz de América. Aférrate a ella. Experimenta que también el Señor se ha fijado en tu pequeñez a fin de realizar inmensas maravillas. Has sido elegido para manifestar el prodigio que creó al mundo y realizó la salvación de la humanidad… entonces tu vida entera y tu ministerio episcopal será el anuncio entusiasmado y entusiasmante de que DIOS ES AMOR. Amén.

 

 

+MARIO DEL VALLE MORONTA RODRIGUEZ, Obispo de San Cristóbal.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

8 − siete =