HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN HONOR A SAN SEBASTIÁN

En nombre y en comunión con el Obispo Auxiliar Juan Alberto y del Presbiterio Diocesano, saludo con la paz y la gracia del Señor Jesús a toda la población de la querida ciudad de San Cristóbal en este día de su patrono, “el valiente Capitán San Sebastián”. Saludo a todos: desde las autoridades hasta el más sencillo de los servidores presentes en esta villa: a los nacidos aquí y a los que han venido desde otros lugares para sembrar su semilla de trabajo y esperanza en medio de nosotros. Saludo a todos, sin excepción, con el firme propósito que reciban la razón de ser de este mismo saludo: la paz que viene del Señor reflejado en el signo del “Cristo del Limoncito, protector de la ciudad”; y la gracia que nos regala Dios Padre con la acción del Espíritu Santo.

Aunque nos sentimos golpeados y desafiados por una emergencia sanitaria causada por el covid19 y, en medio de una situación de crisis y de incertidumbre que ataca a toda la población venezolana, no dejamos de celebrar el patrocinio de un testigo fiel del Resucitado, al cual imitó con la donación de su vida con el martirio.

Para nosotros los discípulos de Jesús, celebrar es conmemorar. Desde esta perspectiva es hacer memoria del evento de la muerte y resurrección de Cristo que no sólo ilumina, sino que le da sustento esencial a toda nuestra existencia, personal y eclesial-comunitaria. Al hacer memoria de ese evento pascual, hoy, recordamos a uno de esos testigos y ejemplos de vida para la Iglesia y, particularmente, para nosotros: SAN SEBASTIAN.

Lamentablemente, como ha venido sucediendo desde hace ya varios años, a San Sebastián se le conoce más por aquello de la “feria de las ferias” y por manifestaciones que muchas veces terminan reñidas con los criterios del evangelio. No estamos en desacuerdo con expresiones festivas y culturales. Pero éstas siempre deben ser iluminadas por los principios del evangelio del Señor Jesús. Muchos, quizás guiados por intereses particulares y hasta reñidos con la moral, se valen de la figura de este santo para promover espectáculos y actividades que no le dejan nada de beneficioso a la sociedad sancristobalense y del Táchira en general.

Como lo hemos sugerido en anteriores conmemoraciones, nos valemos del signo de los flechazos recibidos por Sebastián para dar algunas orientaciones basadas en la Palabra de Dios.  No olvidamos que Sebastián fue un honesto y decidido creyente. Fiel cumplidor de sus deberes como Capitán de la Guardia Imperial, incluso se había ganado la confianza de Diocleciano, el emperador romano del momento. Pero, ante los requerimientos que le exigían dejar a un lado su fe cristiana y la confesión de que Cristo es el verdadero Rey y Señor de la historia, fue condenado a morir asaeteado. Fue un martirio lento y doloroso… pero aun así no flaqueó y se mantuvo firme en su fe, decidido en su seguimiento y comunión con Cristo y lleno de esperanza en el Reino de Dios. Hubiera podido renunciar de manera ficticia; es decir, aparentar que renegaba de Cristo. Pero esto no era lo que había aprendido de sus maestros en la fe. Prefirió ser consecuente antes que acomodarse; prefirió imitar a Cristo antes que ser mediocre y tibio; asumió compartir los dolores de Cristo e identificarse con Él en la vivencia de la Cruz redentora.

Es probable, como acontecía con frecuencia por la actitud decidida de los mártires cristianos, que esto exasperara al emperador y a sus secuaces. Es probable que, aun cuando hubiera sido un fiel cumplidor de su deber, la rabia del emperador se impusiera ante lo que podría haber considerado como un menosprecio a su poder que consideraba omnímodo. Esta rabia impulsó el menosprecio hacia el Capitán Sebastián y guio las flechas que se clavaron en su cuerpo.

Hoy en nuestra patria (como en muchas partes del mundo) y, concretamente en nuestra ciudad nos conseguimos con actitudes parecidas a la de aquellos emperadores que persiguieron a los cristianos y pretendieron ilusamente acabar con la Iglesia para edificar una superficial convivencia pacífica en los habitantes del Imperio. Para calmar cualquier posible desacuerdo, protesta y rebelión, se les ofrecía “pan y circo” … Parte de ese “pan y circo” eran las dramáticas muertes y asesinatos de quienes nunca perdieron la fe y, antes bien, se mantuvieron firmes en la comunión con Dios.

Hoy, nos conseguimos con muchos hermanos que están sufriendo el menosprecio de su dignidad, cualquiera que sea su condición social y credo; hoy se pueden conseguir nuevos “Sebastianes” condenados a recibir los dardos que le causan, a lo mejor no la muerte física, pero sí la muerte moral. O también a quienes se les impide vivir, trabajar y desarrollar una vida llena de honestidad, de superación personal y de calidad moral y espiritual.

Esos nuevos “Sebastianes” (no los únicos) los hallamos en tantos médicos que están dando lo mejor de sí para atender, sin los recursos que por justicia deben tener, a los enfermos de covid y de otras enfermedades y que deben guardar silencio so pena de ser descalificados o destituidos y hasta detenidos… Son tantos migrantes, hermanos venidos de cualquier parte del país, que transitan por nuestras carreteras huyendo de una situación que los ha empobrecido y ha rebajado su dignidad… Son tantos hombres y mujeres que, en un país lleno de recursos manipulados para el enriquecimiento de unos pocos o para contentar a otras naciones, están sufriendo hambre de verdad… Son los niños, adolescentes y jóvenes que están viendo perder un horizonte de crecimiento integral ante el desastre del sistema educativo el cual ni educa ni instruye en principios y valores… Es la indefensión de tantos hombres y mujeres que son víctima de las mafias de trata de personas y que tienen la triste suerte de ser olvidados, como está aconteciendo con los náufragos de Güiria… Son quienes están cayendo también en otras mafias para conducirlos a la prostitución, a nuevas formas de esclavitud, a la drogadicción…

Ellos y otros más reciben los duros flechazos que desangran su vida de personas. Dardos lanzados, en no pocas ocasiones hasta por gente de gran relevancia en nuestra sociedad. Son los dardos del narcotráfico, el cual ha invadido amplísimos sectores de nuestra ciudad y región, con expresiones malévolas disfrazadas de un falso concepto de progreso y de recreación… son los dardos de la persecución hacia quienes piensan de manera diversa de quienes se están creyendo los dueños del poder y del futuro de nuestra nación… Son los dardos de las vacunas y extorsiones exigidas a los migrantes y a tantas gentes por quienes en vez de defender los derechos del pueblo prefieren sus propios beneficios a costa de los demás y proteger una parcialidad política… Son los dardos de la indiferencia de muchos que ni quieren comprometerse con la nación ni con nadie… Son los dardos de quienes prefieren la irresponsabilidad antes que cuidarse y cuidar a los demás al no hacer caso de las medidas necesarias para enfrentar y hasta superar el covid… Son innumerables dardos.

Frente a todo esto, ¿Cuál es la actitud? A San Sebastián, según ya referimos, lo reconocemos como el “Valiente Capitán”. Aquí podemos ser iluminados por un pensamiento del Papa Francisco en su reciente Carta Apostólica sobre San José. A este Patriarca el papa lo caracteriza por su “valentía creativa”. Valentía no significa ni envalentonamiento ni pensar que, por tener cierto acceso al poder, se puede hacer lo que venga en ganas. No. La valentía implica, ciertamente la humildad para saber actuar con la fuerza y la inspiración de Dios, pero sin temor, con decisión y con ánimo.

Precisamente eso fue lo que hizo José de Nazaret. Ante el mandato del Ángel, no sintió miedo, sino que se hizo fiel cumplidor de la voluntad de Dios. Valentía es decisión para hacer el bien. Valentía es perseverancia para no romper con Dios ni con los hermanos, quienes también son hijos de Dios. Valentía es poder decir:  “todo lo puedo en Aquel que es mi confianza”. Y supone, de verdad, la creatividad del Espíritu para renunciar a la tibieza y la mediocridad y así, compartir en comunión con los demás, la misión recibida y a la vez responder con un sí permanente a la llamada de Dios.

En este día, el ejemplo de San Sebastián sale a nuestro encuentro para que reafirmemos esa “valentía creativa” que podemos poner en práctica con la ayuda del Espíritu Santo y sus dones. Ella nos debe impulsar a varias cosas: Despertar continuamente la comunión y la esperanza; es decir, alentar la participación y el protagonismo de todos a fin de vencer las expresiones de opresión que lanzan las saetas para herir a nuestro pueblo. Despertar implica mantenernos en la esperanza, que no consiste en aguardar que otros vengan a solucionar nuestros problemas. Ello nos impulsará a promover, construir y sostener la cultura del encuentro…

Una de las consecuencias buscada con los saetazos lanzados es romper la unidad de un pueblo poseedor de la misión de ser sujeto social de su quehacer… No para ser engañado con dádivas que en el fondo le pertenecen. Entonces, se requiere acercarnos los unos a los otros para acompañarnos mutuamente y manifestar que todos somos importantes…incluso los que lanzan los dardos; a ellos debemos invitarlos a la conversión y a ponerse del lado de la verdad y la justicia. Así, seremos capaces de realizar lo enseñado por Pablo como herencia recibida del mismo Cristo: el ministerio de la reconciliación. Para ello contamos con los valores del Evangelio y del reino de Dios. Es hora no sólo de proclamarlos y enseñarlos sino asumirlos, ponerlos en práctica y contagiarlos con decisión, valentía y perseverancia.

Hoy se lo pedimos a Sebastián por medio de su intercesión. Lo queremos ofrecer a Dios en el ofertorio del pan y del vino que se convertirán en el alimento eucarístico para hacer real el pan de la Palabra que nos sostiene. Para ello, no olvidemos por qué Sebastián no sintió miedo “desde su valentía” para aceptar el martirio: somos, como él lo fue, “ofrendas vivas” para el único culto agradable a Dios, el del amor.

Con ese amor nos lanzamos a seguir adelante en el nombre del Señor Jesús. Somos capaces de vencer los temores y de superar las dificultades al poseer una vocación de futuro: en verdad caminamos hacia la casa de la eternidad pues somos ciudadanos del cielo… pero también es cierto que nos toca construir acá ese reino de justicia, paz y amor anticipación del reino eterno. Es verdad también que con nuestro compromiso podemos y debemos manifestar ya entre nosotros “el cielo nuevo y la tierra nueva” de la liberación definitiva.

Recordamos, en este sentido a un querido tachirense, hombre de Iglesia y de cultura, cristiano decidido y ciudadano ejemplar, Mons. Carlos Sánchez Espejo: él supo definir ese compromiso de edificar el Reino de Dios en medio de nosotros. “El Táchira hace lo que el Táchira quiere” … y el Táchira quiere para sí y para toda Venezuela, el imperio de la caridad donde ofrezcan la justicia, la paz, la fraternidad y la libertad.

AMEN

 

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.

20 DE ENERO DEL AÑO 2021.

 

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