Homilía de Ordenación Presbiteral del Diacono Pedro Mora

Hemos sido bendecidos por Dios, pues al final del pasado año y al inicio de éste tiempo de gracia 2020 hemos recibido el regalo de varias ordenaciones diaconales y presbiterales. Hoy, en este hermoso templo dedicado a la Virgen de los Ángeles, contemplaremos nuevamente una manifestación del amor de Dios hacia nosotros con la ordenación presbiteral del diácono Pedro Mora.

Como bien lo sabemos, quien es elegido para el presbiterado, luego de un conveniente discernimiento responde a la llamada que Dios y la Iglesia le hacen. En su respuesta libre y decidida da un paso decidido y abre su corazón y su mente para configurarse a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. A partir de ese momento se le considera “otro” Cristo y debe actuar en su nombre para hacer memoria continua de su Pascua y de su Palabra.

Todo el rito sagrado del sacramento del Orden, en el cual estamos participando, va mostrando cómo el elegido ha debido prepararse: el diálogo que sostendrá dentro de poco con el Obispo y que culminará con la promesa de obediencia, viene a ser la síntesis de sus años de preparación; a la vez, mostrará su disponibilidad para seguir fortaleciéndose y siendo fiel a la respuesta que da a la llamada de Dios. Ese binomio –llamada/respuesta- se concretiza y se hace real con la imposición de las manos y la oración consecratoria. Sus manos serán ungidas para significar que su ministerio apunta a santificar al pueblo de Dios, en el ejercicio de un ministerio de guía pastoral y de profeta y maestro de la Palabra de Dios.

Antes de ser recibido en el cuerpo sacramental del presbiterio con el abrazo y beso de la paz, hay un momento muy particular y que viene a ser como la síntesis de todo lo que ha experimentado minutos antes: con sus manos consagradas con el Crismo recibe el cáliz y la patena. Entonces el Obispo le dice unas palabras que señalan la identidad sacerdotal de configuración a Cristo Sacerdote: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”.

Quien es configurado a Cristo Sacerdote debe trasparentarlo a lo largo de su existencia y en el ejercicio del ministerio para el cual ha sido consagrado. No se trata de un oficio profano, como tampoco una profesión cualquiera. Es mucho más que eso lo que tienen que realizar de ahora en adelante. De allí que el Obispo le dice “considera lo que realizas”. Es decir, ten en cuenta claramente que has sido consagrado para un ministerio de santificación, de guía pastoral y de enseñanza de la Palabra. Al decirle “considera”, le está advirtiendo que es toda su vida la que queda marcada e involucrada por el hecho prodigioso de configurarse a Cristo Sacerdote. Es una realidad para toda la vida y en todos los momentos de la existencia del ministro ordenado. Es decir, debe tener la conciencia de que es sacerdote para toda la vida hasta la eternidad. Ya su vida no es para sí, sino para el señor en el servicio a los demás.

Ello conlleva otro paso importante: “imita lo que conmemoras”. Imitar, bíblicamente significa que uno actúa en el nombre de alguien; en este caso en el de Jesús, Sacerdote, Palabra y Pastor. Imitar es hacer que su propia existencia refleje la acción sacerdotal de Cristo. No es un mero recuerdo de vez en cuando. La imitación conllevará asumir todos los riesgos que conlleva la misma configuración con Cristo y, a la vez, el ser testigo convincente con su propia vida de lo que hace: es decir, de su servicio como pastor, como profeta-maestro y como santificador.

Quien es llamado y consagrado luego de su respuesta libre hace una opción radical: “conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Por eso, como ya lo indicáramos, no se convierte en un profesional o en un gerente de la pastoral. Asume el ministerio del Sacerdote Redentor por excelencia: de allí que conforma su vida con el misterio de la cruz. En el evangelio se pide a todo cristiano bautizado discípulo de Jesús que lo sigue cargando su propia cruz. Con el sacramento del Orden, ese cristiano, que ha cargado con su cruz, da un paso determinante: al configurarse a Cristo Sacerdote, se convierte también en sacerdote y víctima. Es decir, extiende sus manos para crucificarse con Cristo y así, con su ministerio, sencillamente, llega a ser un estrecho cooperador en la obra de la redención iniciada desde la misma Cruz, aquel primer viernes en El Calvario. Son muchas las maneras como se experimenta esta conformación a la Cruz de Cristo. Lo que sí es totalmente cierto es que debe hacerlo con su entrega generosa, manifestada en la promesa de obediencia: ésta consiste en hacer suya la obediencia del Señor, para cumplir la voluntad del Padre que quiere que todos los hombres se salven.

Hoy tenemos la hermosa oportunidad de volver a contemplar el misterio de Jesús Sacerdote en la consagración de un nuevo presbítero. Les invito a seguir orando por él, a fin de que sea fiel a su compromiso ministerial y para que su imitación e identificación al Señor crucificado sea motivo de salvación para todos los que recibirán las obras y enseñanzas de su ministerio.

Querido hijo:

¡Qué bonito poder compartir contigo este misterio de la transformación sacramental que te configura a Cristo Sacerdote! Desde tu bautismo has sido convocado a seguir a Jesús y tomar su cruz. Pero ahora, Él te pide que lo hagas de  una manera radical, al conformar tu existencia al misterio de esa cruz. No tengas miedo ni pongas trabas: el Espíritu de Dios te da su gracia para que puedas cumplir el encargo recibido. Imítalo y siempre ten en el horizonte de tu ministerio lo que  has ido aprendiendo en estos años de formación: que es ël quien realiza la buena obra a través de ti, convertido en instrumento de su acción redentora.

Te caracterizas por tu sencillez, humildad y alegría. Sabes discernir los signos de los tiempos y anunciar el evangelio a tiempo y a destiempo. No te separes de Jesús: aférrate a Él, y con eso lograrás tu santificación y podrás santificar al pueblo de Dios. No dejes a los pobres y necesitados. Que ellos puedan sentirse reflejados en tu rostro, que es el de Cristo Sacerdote, sacramento del Pobre como lo dijera magistralmente el gran Papa San Pablo VI. Que quienes van a recibir tu servicio sacerdotal sientan que eras el buen pastor que los conduce a fértiles prados. Más aún que ellos sientan que se sienten protegidos porque te has confirmado a la cruz de Cristo.

María de los Ángeles te acompañe con su maternal protección. Ella cuidará de ti en todo momento. Amén.

 

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

NTRA. SRA. DE LOS ÁNGELES – LA GRITA

24 DE ENERO DEL AÑO 2020.

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