Iniciamos un nuevo momento en el año litúrgico. Luego de prepararnos y celebrar los misterios de la pasión y muerte de Jesús, durante las próximas semanas tendremos la hermosa oportunidad o “kairós” de proclamar la RESURRECCION de Jesucristo. Esta no es un evento de ciencia ficción. Es el acontecimiento estelar de la presencia de Dios en la historia humana y el milagro mayor de la presencia de Dios entre los seres humanos: El Dios humanado ha vencido a la muerte y ha derrotado al pecado, surgiendo de la oscuridad con la luz de la vida nueva re-creada por Él con su entrega pascual.
En las próximas semanas, así como en el resto del año litúrgico, nos corresponde la tarea de presentarnos como testigos del Resucitado. Para ello, por el bautismo, como nos enseña Pablo, nos hemos convertido en una “masa nueva”, el pan sin levadura de la Pascua del Cordero de Dios. Llama la atención esta recomendación: pero con el la verdadera Pascua, prefigurada en aquella de la antigua alianza, ya no se necesita levadura para fermentar el pan. Somos ese pan sin levadura precisamente porque se nos ha permitido llenarnos de la fuerza nutritiva de la entrega del Cordero inmolado, Cristo.
En nuestros ambientes, donde vivimos, trabajamos y compartimos nuestra existencia con los demás, somos quienes contagiamos a los demás de la fuerza del Cordero. Ya no hay que comer la pascua con los pies descalzos y las sandalias atadas a la cintura, porque hay que apurarse a salir de Egipto… No. Hemos recibido la herencia y tradición de la Palabra y de la Eucaristía, y junto a ella, sencillamente, hemos sido transformados para hacer presente en todas partes los efectos de la inmolación de dicho Cordero de Dios. Es con Él como se logra ahora una situación diversa, la nueva alianza, como lo cantamos en la secuencia de este Domingo de Pascua: “Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió en santa alianza”.
Las primeras experiencias del encuentro de algunos discípulos con el Resucitado hacen que ellos mismos no se queden ensimismados sino vayan a anunciarles a los demás hermanos que el Señor ha resucitado. Es la experiencia de los discípulos en el camino hacia Emaús. Es la vivencia de las mujeres. Es la fe compartida de todos los hermanos cuando admirados reciben al Maestro glorificado y pleno de vida. La Iglesia que comienza con ellos hará el anuncio de ese misterio de Pascua y lo hará hasta los confines de la tierra. Desde entonces hasta ahora. Es la tarea de una IGLESIA EN SALIDA, como nos lo pide el Papa Francisco. Hoy más que nunca se requiere que esto se haga certeza con decisión y entusiasmo.
Si algo necesita nuestro mundo hoy en día es el anuncio claro de ese Dios humanado que murió para vencer a la muerte y al pecado, pero que resucitó para llenarnos de la transformación de una vida nueva. El fruto de ese misterio de pascua liberadora es el que podamos ser hijos de Dios. La Iglesia tiene que salir a anunciarlo para que la gente sienta cuál es su verdadera dignidad, lo que ciertamente le enriquece en plenitud. Precisamente ante tantas dificultades existentes, ante tantos desafíos y ante tantos menosprecios hacia los seres humanos, la Iglesia al anunciar la Pascua liberadora de Jesús, le llena de luz y de gloria el rostro de cada ser humano para que resplandezca con la luz del Resucitado.
La Iglesia en salida lo es para anunciar al Señor Jesús. No es para convertirse en autorreferencia o para disfrutar de elogios o ara limitarse a actos de filantropía… sale al encuentro de los demás para hacerles sentir el triunfo del Resucitado, lo que de verdad dignifica. Es para invitar a quienes permanecen en la oscuridad a que se animen a abrir sus ojos para “ver” el resplandor de la luz liberadora de la pascua. Es para mostrar el modelo, el del verdadero HOMBRE NUEVO, Cristo el Señor.
Como nos lo dice el Prefacio de la celebración eucarística, es a ese Cristo a quien debemos mostrar, es su fuerza la que debemos contagiar, es su Pascua la que debemos ir proclamando, es el Reino de salvación el cual hemos de instaurar en nuestra sociedad. Por eso, hacemos nuestras las palabras de ese canto: Porque Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida”.
Domingo de Resurrección. Domingo de Alegría, Domingo de compromiso para anunciar el triunfo de Jesús. No nos quedemos ensimismados ni con conformismo: por todos los medios posibles hagamos realidad los efectos de la Resurrección de Cristo, para que la gente sienta que han recibido la dignidad de los hijos de Dios. Contagiemos a todos del gozo pascual para que juntos podamos exclamar. ALELUYA, EL SEÑOR HA RESUCITADO, ALELUYA.