Muy querido Padre Borelli, hermanos todos del Padre Roberto Arellano, familiares y amigos más allegados.
Junto con todo el presbiterio de la Diócesis de San Cristóbal quiero hacerles llegar a todos ustedes mis sentimientos de tristeza, pero también de esperanza. De tristeza humana por la muerte del querido Padre Roberto, pero de esperanza cristiana, que él mismo predicó y con la cual alentó en su ministerio porque creemos en la resurrección.
No ha sido fácil recibir, aceptar y asimilar la noticia del fallecimiento del Padre Roberto, quiero agradecerles de todo corazón a los médicos. Sobre todo al doctor Carlos Villamizar y su equipo y a todos aquellos que junto con él y todo el personal médico de la Policlínica Táchira y todos aquellos que forman parte de nuestro grupo de asesores, el Doctor Carlos Sánchez, la Dra. Ana Navas, por todos los esfuerzos bonitos, fraternos y científicos, profesionales con sentido cristiano, que realizaron para fortalecer la salud y ayudar y acompañar en todo momento al Padre Roberto Arellano.
Quiero saludar de una manera muy particular a todo el Pueblo de Dios que llora la muerte del Padre Roberto, han sido innumerables las manifestaciones que han llegado desde todos los rincones de la Diócesis, de Venezuela y del mundo, de gente que no solo conoció, sino que disfrutó de las enseñanzas y del ejercicio del ministerio del Padre Roberto Arellano. A ese Pueblo de Dios quiero decirle que tenemos ahora en la plenitud del Reino un intercesor, nosotros creemos en la comunión de los santos, y todo el que llegue a la plenitud del Reino y que ha buscado y promovido aquí en su caminar terreno, pues forma parte de esa comunión estrecha, ya anticipada por el bautismo, con la Santísima Trinidad, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En comunión también con todos los santos, los reconocidos, los no conocidos, de todos los que están gozando de la plenitud del Reino de Dios.
Cuando un sacerdote muere, pues también cumple de una manera definitiva lo que de manera sacramental y anticipada va realizando con la celebración del Banquete del Reino de Dios. Quiero saludar y expresar mis sentimientos de cercanía a todos los miembros de la Renovación Carismática Católica, que tenían al Padre Roberto no solamente como su asesor y su guía, sino como su punto de referencia. Me consta de sus desvelos, me consta de todo aquello que hizo por mucha gente, en sus asambleas, en sus conferencias, en sus reuniones, de manera personal, de manera comunitaria, en la atención a tantos grupos de la Renovación Carismática. No quedan huérfanos, porque tendrán otro sacerdote, pero sobretodo porque el pastor seguirá guiando y acompañándolos desde el cielo.
A nuestro presbiterio quiero darle una voz de aliento, el año pasado se nos fueron cinco hermanos, y ahora al iniciar este año 2021 se nos va uno muy querido, uno que siempre estuvo dispuesto a escuchar, acompañar, confesar, alentar, corregir, pero sobre todo a manifestar su fraternidad en medio de nosotros. José Roberto es y seguirá siendo para nosotros, un punto de referencia. Como bien lo han señalado algunos de nuestros hermanos sacerdotes. Me ha impresionado enormemente la cantidad de sacerdotes que de otras diócesis han hecho llegar su saludo. Quiero transmitirle a todos ustedes, también, el cariñoso saludo del Sr. Cardenal Baltazar Porras, quien lo conoció ya desde la época de seminarista y que me pidió que a todos ustedes les transmitiera a ustedes la seguridad de un recuerdo en la oración y las condolencias fraternas en este momento que vivimos. El Sr. Cardenal Jorge Urosa también me escribió, diciéndome que transmitiera a todos ustedes su saludo, su cariñoso saludo, y como ya desde el año 61, en aquellos encuentros que se tenían de seminaristas de diversas diócesis, pues se conocieron. Quiero agradecer todas esas manifestaciones de cariño y hacer una breve reflexión. Un sacerdote se va y llegaran otros, Dios no abandona a su pueblo. Pero qué bonito es poder comprobar que nuestra gente agradece, que nuestra gente bendice a Dios por el testimonio y servicio de cada uno de nuestros sacerdotes.
Eso fue el Padre Roberto, un hombre dedicado, un hombre que ciertamente estaba dispuesto no solamente a sus seguidores de la renovación carismática, a los cuales brindó siempre su servicio, sino también a todas estas comunidades en las que trabajó en comunión con sus hermanos, en comunión con el Obispo, en comunión con la Iglesia. Es un ejemplo de entrega, en la sencillez, en la renuncia de tantas cosas del mundo. Si algo puede distinguir hoy el recuerdo del Padre Roberto era que no tenía lo criterios del mundo, sabía que estaba en el mundo, pero sabía que estaba como luz de salvación, como sal de la tierra, y eso lo entendió muy pero muy bien.
Fue designado Misionero de la Misericordia, por el Santo Padre, con motivo del Año de la Misericordia y me consta que lo hizo de manera muy particular y bonita sirviendo a tantas personas. Dios bendiga la obra del Padre Roberto y la mejor forma de nosotros hacer eco de esa bendición es siguiendo adelante, evangelizando, compartiendo con todos nuestra fe. Y qué bonito es también que nuestro presbiterio, siguiendo su ejemplo, busque caminos continuamente, sé que lo hacemos, pero busquen caminos para manifestarnos como hombres de santidad.
Querido Padre Roberto:
Mi agradecimiento, desde el primer momento que nos vimos, el 16 de junio allá en el Cedralito, allá en tu querido Pueblo Hondo, pues entramos en una relación muy estrecha de fraterna amistad. Quiero agradecerte tus consejos, tus recomendaciones y correcciones, pero sobre todo tu comunión y tu sentido de vida eclesial y de Evangelización. Llama la atención algo que he meditado y te lo quiero decir diciéndoselo a los demás, eras un hombre de grandes multitudes, en muchas de ellas participé, en muchas de las manifestaciones que organizabas, en diversas partes participé y por esta situación que vivimos te vas prácticamente solo, acompañado sí de mucha oración, de muchas lágrimas, de muchas gratitudes, pero te vas solo por las situaciones que estamos viviendo del Covid. Pero sabes algo, me anima mucho el saber que ayer en la puerta del cielo te estaba esperando la gran multitud de santos, la Virgen María, San Sebastián. El Santo Cristo del Rostro Sereno ya lo podías ver cara a cara, sentir los aletazos ya cara a cara del Espíritu Santo, de quien fuiste un gran Evangelizador, de quien fuiste un gran servidor. Y encontrar la mirada bonita, tierna y amorosa de Dios Padre.
No fue solo, como te fuiste, sino que fuiste a encontrarte con la gran multitud que tú aquí representabas y animabas. Quiero darte gracias y quiero pedirte que sigas acompañándonos con tu intercesión, con tu voz ante el Padre. Me imagino las conversas que irás a tener con Él, con el Hijo, con el Espíritu Santo. Salúdalos de nuestra parte.
Que Dios siga bendiciendo esta tierra a través de tu intercesión, a través de tu oración por todos nosotros. Que Dios desde el cielo, contigo, siga dándonos muchas y santas vocaciones. Que Dios desde el cielo, contigo, con tu oración, siga fortaleciendo nuestro laicado y de manera especial la renovación carismática. Que Dios desde el cielo, siga actuando en favor de nosotros con tu intercesión.
Dios te guarde por siempre en la eternidad. Dios te premie todas las cosas que hiciste aquí. Gracias de todo corazón. Gracias por tu entrega, gracias por tus 50 años de sacerdocio, gracias por tu sencillez, por tu sentido del humor. Dios te guarde y que desde la eternidad sigas acompañándonos con tu intercesión, con tu ejemplo. Puedes estar seguro que nosotros aquí seguiremos adelante, para que un día nos podamos encontrar también contigo, para alabar y bendecir a la Trinidad Santa, por los siglos de los siglos. Amén
+Mons. Mario Moronta, Obispo de San Cristóbal
7 de Enero de 2021