Homilía ordenación presbiteral de los diáconos José Luis Pereira y Nelson Roa

Nos unimos a la alegría de esta hermosa población de Pregonero, tierra levítica por excelencia, pues dos de sus hijos serán ordenados presbíteros al servicio del pueblo de Dios. Quienes son de esta tierra “chácara” deben dar continuamente gracias a Dios, porque el Señor se ha fijado siempre en ustedes para suscitar numerosos ministros sacerdotes. Hoy, José Luis y Nelson van a ser marcados por la gracia del Espíritu para enriquecer a la Iglesia local de San Cristóbal y su presbiterio.

Ellos han venido madurando su respuesta a la llamada que Dios les hiciera. Durante sus años de seminario fueron discerniendo y ahora están capacitados para responder positivamente, no por un rato sino para toda su existencia. Van a ser configurados a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote con todo lo que ello encierra: serán consagrados, es decir destinados a una misión y para actuar en nombre del Señor Jesús. Por la imposición de las manos del Obispo y la oración de consagración serán signados con la gracia del sacramento para siempre.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado hace unos minutos, podemos encontrar algunas ideas que nos permitan entender la acción transformadora que les hará ser “otros” Cristos al servicio de los hermanos. Allí, el autor sagrado, nos recuerda que es por la acción del Espíritu Santo por la cual se configuran a Cristo. Es una acción que produce sus efectos en cada uno de ellos y con ellos en el rebaño o grey a la que se les encomendará.

Es interesante ver esta doble acción del Espíritu. Por boca de Pablo que se dirige a los presbíteros de Éfeso, la Iglesia les advierte a quienes se están ordenando que han de tener cuidado de sí mismos y de la grey, para lo cual han recibido el Espíritu de santidad, como nos lo dice la oración consecratoria. Esto va a implicar en su vida y ministerio una realidad: son instrumentos de la acción del Espíritu, quien los capacita y hace “dignos” para ejercer el ministerio. Esto incluye el cambio interno que se produce al configurarlos a Cristo Sacerdote. Es ese mismo Espíritu quien les hace capaces de ser santificadores, pastores y maestros del pueblo de Dios. Por ello, la advertencia es clara: “Tengan cuidado de ustedes mismos”.

Esto no significa que se deben encerrar o preocuparse exclusivamente con una especie de narcisismo espiritual. No. Tampoco significa que deben separarse de los demás. Al contrario, deberán ejercer su ministerio en medio de la gente, del rebaño que recibirán como encargo. Preocuparse de sí mismos exige desprenderse de sí para entregarse plenamente a los demás. Y no resulta imposible, con la gracia del Espíritu. Precisamente por configurarse a Cristo Sacerdote, deben ser reflejo de Él, imitándolo, siendo testigos suyos y obrando en su nombre. Preocuparse, en atención a la fuerza del Espíritu recibido, no significa que deben creerse más que los demás, o preocuparse por su apariencia física con los criterios del mundo, como lamentablemente sucede en no pocos ministros de la Iglesia. Preocuparse por sí, tener cuidado de uno mismo conlleva revestirse de Cristo y tener sus mismos sentimientos: ser afables, caritativos, pobres de espíritu, limpios de corazón, abiertos en la caridad pastoral…

Con esta actitud, viene el segundo compromiso que es aupado por la gracia del Espíritu: la preocupación por el rebaño; por la grey, por los hermanos, por la humanidad. Esto va a conllevar no sólo la cercanía ni las estrategias pastorales, sino actuar con el sentido de la encarnación que supo realizar muy bien el Sumo y Eterno Sacerdote. Preocuparse y tener cuidado del rebaño, exigencia irrenunciable en todo sacerdote, conlleva el estar metido dentro del pueblo de Dios, para vivir y hacer vivir la comunión, destruir los muros de división y conducir, como pastores buenos, a la grey aún por caminos difíciles y peligrosos hacia los terrenos de la santidad y plenitud del encuentro con Dios.

Preocuparse de sí y preocuparse por el rebaño como “pastores de la Iglesia de Dios” nos enseña el texto bíblico. Ello supone, conlleva y requiere hacer propio el estilo del Buen Pastor: conocer las ovejas y ser conocidos por ella, buscarlas y protegerlas y, como expresión suprema del amor, demostrarles que se es capaz de dar la vida por ellas, si fuera necesario. Dar la vida no significa exclusivamente aceptar la posibilidad de la prueba suprema en el martirio. También es ofrecerse continuamente como ofrenda viva al señor en la obediencia, el celibato y la pobreza; el renunciar a las prebendas del mundo y estar siempre en generosa disponibilidad para acompañar, formar, sanar y hacer crecer la grey en santidad.

Es necesaria esta preocupación por sí mismos y por el rebaño atendiendo la gracia del espíritu porque vivimos en medio de situaciones nada fáciles. Hoy atravesamos cañadas oscuras, tenemos que pastorear “en medio de lobos feroces que no tendrán piedad del rebaño”. De allí la urgencia de experimentar lo que Pablo les enseñó a los presbíteros de Éfeso: “Ahora los dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia y tiene poder para construirles y darles parte en la herencia de los santos”.

No podemos negar que las exigencias del Señor, para lo cual los sacerdotes optamos libremente, van secundadas por su ayuda de gracia… esto implica aferrarnos a su amor y saber que todo lo podemos en el nombre del Dios de la vida al que nos configuramos y en cuyo nombre todo lo hacemos.

A ustedes, queridos hermanos, les recomiendo vivamente también acompañar a estos nuevos sacerdotes, como a todos los demás de nuestro presbiterio, con su oración y fraternidad. Para que ellos puedan tener cuidado de sí mismos y del rebaño que se les encomienda, es necesario contar con ustedes mismos. No dejen de cuidarlos también, con la luz y la sabiduráu que les viene del mismo Espíritu Santo.

Queridos Hijos:

Importante es el paso que están dando. El entusiasmo juvenil que los distingue va a fortalecerse con la acción del Espíritu Santo que les transformará y los configurará a Cristo Sacerdote. Como les ha dicho la Palabra de Dios “tengan cuidado de Ustedes”. Es decir sean santos sacerdotes, reflejo y rostro de Cristo Señor. Si así actúan no les será difícil tener cuidado del rebaño que reciben como misión.

Los encomendamos a la protección de María del Carmen, la Madre del Sumo y eterno Sacerdote. San Antonio les sea de compañero fiel ante el Padre y San Pablo, cuya conversión celebramos hoy, les consiga permanecer siempre fieles con ese entusiasmo apostólico que lo distinguió. Amén.

 

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

PREGONERO 25 DE ENERO DEL 2020.

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