HOMILIA: ORDENACION EPISCOPAL DE MONS. GONZALO ONTIVEROS

“La Iglesia vive para evangelizar” nos enseñó el gran Papa San Pablo VI. Durante su vida pública el Divino Maestro fue preparando a sus discípulos para la Misión que debían cumplirr luego de su Ascensión y que sería la gran herencia entregada a las futuras generaciones. De entre esos discípulos, algunos fueron designados “APOSTOLES”. Estos fueron dejando sucesores, lo cual se ha perpetuado a lo largo de la historia hasta nuestros días y el final de los tiempos.

Es verdad que la MISION es obra de toda la Iglesia. Pero, hay un elemento muy peculiar en su realización. Existen unos elegidos y consagrados para animarla, dirigirla y hacer que llegue hasta “los confines de la tierra”. Ellos son, precisamente los APÓSTOLES y sus sucesores. “Apóstol” significa “enviado” para la MISIÓN. Esto lo entendió muy bien Pablo quien solía presentarse como “APÓSTOL DE JESUCRISTO”. Lo consideró como su obligación al punto de exclamar “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”

Ahora bien, todo Obispo, sucesor de los Apóstoles, al ser llamado para tan alta responsabilidad es consciente de que es el responsable de continuar promoviendo la MISION EVANGELIZADORA en el lugar al cual es enviado. Nuevamente en cada uno de ellos se hace realidad lo indicada por el Señor Jesús durante su Última Cena: no somos nosotros los que hemos elegido ser Obispos, sino que dicha elección viene de Dios.

Esa elección, además, incluye junto con el envío, la consagración. Así lo comprobamos en la oración consagratoria del rito de Ordenación Episcopal. Se implora sobre el elegido la “fuerza” que procede del Padre por la acción del Espíritu para “establecer la Iglesia como santuario tuyo en cada lugar”. Se trata, pues, de una unción que consagra para que el Sucesor de los Apóstoles, al actuar en “el nombre del Señor” haga sentir que la potencia del Evangelio se sigue extendiendo y edificando la Iglesia en todo tiempo y lugar.

Como nos lo recuerda el profeta, ese Espíritu está sobre quien es consagrado. Es decir, invade toda su existencia para transformarlo personal e internamente y así configurarlo sacramentalmente a Jesucristo, el “Apóstol del Padre”. Esa consagración lo hace “digno”, esto es, lo capacita para “anunciar la Buena Noticia a los pobres, curar a los de corazón quebrantado, proclamar el perdón de los pecados y la liberación a los cautivos, así como pregonar el año de gracia del Señor”.

En esto consiste la consagración: el Obispo es dedicado con la unción recibida a evangelizar siendo conductor del pueblo de Dios como pastor que se preocupa por guiar a los suyos aún en medio de cañadas oscuras y llevarlo a los pastos seguros reservados para ellos por Dios mismo. Esto supone una decidida apertura de mente y de corazón por parte del consagrado Obispo, a tal punto que siempre pueda decir que todo lo hace “en el nombre del Señor”. A la vez, como nos lo sugiere el relato evangélico, debe salir, ir incluso al “mar adentro” desconocido y donde se halla la pesca para la cual es invitado por parte del Señor Jesús. A la vez, consciente de su fragilidad, se arriesga a ponerse en las manos del Buen Pastor que lo configura a Sí para la Misión que le entrega.

Por la ordenación episcopal, todo Obispo recibe “el Espíritu de Gobierno”, mediante el cual consolida, hace crecer y organiza la Iglesia que le ha sido encomendada. En este sentido, previamente, el candidato se había comprometido a “anunciar con fidelidad y constancia el Evangelio de Jesucristo”… “edificar la Iglesia, Cuerpo de Cristo”… “cuidar del pueblo de Dios y dirigirlo por el camino de la salvación, con amor de Padre”…”buscar siempre a las ovejas dispersas”…”siendo bondadoso y comprensivo con los pobres”. Todo esto, a la vez, como miembro del Colegio Episcopal, en comunión con el obispo de Roma y distinguiéndose como “auténtico testigo de Cristo en todas partes”.

Hoy estamos siendo espectadores activos de una manifestación muy peculiar de la gracia de Dios “al derramar sobre este siervo suyo, GONZALO ALFREDO la plenitud de la gracia sacerdotal”. Está siendo transformado con el “bálsamo de la unción santa que hace fecundo su nuevo ministerio…porque el Espíritu Santo lo ha constituido Obispo para apacentar la Iglesia de Dios”. Es una manifestación de esa misma gracia para nuestra Iglesia de San Cristóbal que ofrece ahora uno de sus presbíteros para un encargo particular que también la compromete, como lo es el IUS COMMISSIONIS del Vicariato Apostólico de Caroní. También es manifestación de la gracia divina para la Iglesia de Caroní, que en casi 100 años ha sido dirigida por los queridos hermanos Franciscanos Capuchinos.

Contemplando esa manifestación de la gracia de Dios, entre otras realidades que surgen de la Liturgia y del Misterio de la Iglesia, es importante que podamos destacar algunos elementos que nos ayuden a profundizar en lo que estamos viviendo y las consecuencias que de ello se desprenden. En primer lugar, les invito a contemplar el misterio de la Configuración a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote que se concretiza en GONZALO ALFREDO. Al igual que Pedro, está mostrando su obediencia al Señor y se está arriesgando a seguir “mar adentro”, ahora en uno nuevo y desconocido, para allí decirle al Maestro: “EN TU NOMBRE, SEÑOR, LANZO LAS REDES”. Se experimenta la comunión del elegido con Dios y la decisión de hacerlo, precisamente en su Nombre.

En esa respuesta, que constituye su lema episcopal, no sólo se haya el sí decidido a una llamada, sino todo lo que allí mismo se encierra: una opción por obedecer a Dios y a la Iglesia. Opción por Dios, a quien le entrega toda su existencia y le ofrece todo su ser para que se siga haciendo realidad la salvación inaugurada por Jesús. Opción por la Iglesia, que le envía a proseguir la tarea de edificarla en las tierras bonitas de la Gran Sabana en el Vicariato de Caroní. Esto le permite, entonces, asumir la llamada a Evangelizar hasta los confines de la tierra en esa región de nuestra querida Patria, Venezuela.

Ahora bien, y es un segundo elemento a contemplar, todo esto lo hace con la conciencia de ser Sucesor de los Apóstoles. Sin duda alguna podemos reconocer en él UN APÓSTOL DE JESUCRISTO. Es enviado, es misionero, es heredero de una rica tradición… para continuar la obra iniciada hace casi un siglo por los Capuchinos en Caroní. Según el Concilio Vaticano II, debe seguir haciendo la “plantatio Ecclesiae”; es decir, plantando y haciendo crecer la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Para ello, al encarnarse en ella, se deberá distinguir como “testigo” del Resucitado; “servidor” de todos; “pastor bueno” que ha de conocer a los suyos para que éstos le conozcan a él; “apóstol” con la conciencia de ser enviado a todos sin excepción, pero con un amor preferencial por los más pequeños, pobres y excluidos; “sucesor de los Apóstoles” que crea comunión desde la experiencia de su fraternidad y unidad con el Obispo de Roma y todo el Colegio Episcopal.

El tercer elemento que hemos de contemplar reviste de una cierta novedad. Quien es consagrado hoy como Vicario Apostólico de Caroní surge de una Diócesis, la nuestra, a la cual se le encomienda una nueva responsabilidad en el marco de la dimensión misionera que la distingue. Se trata del IUS COMMISSIONIS, ya mencionado, por medio del cual el Papa le encarga a nuestra Iglesia local acompañar y apoyar todo el trabajo pastoral en la Iglesia hermana de Caroní. Es hermoso poder comprobar la misericordia de Dios al fijarse en nosotros para ese encargo. Esto se hará, por supuesto, respetando la autonomía del Vicario Apostólico, pero con la certeza de la fraternidad que caracteriza a nuestra Diócesis.

En este sentido, podemos indicar que el nuevo Obispo irá a tierras, lejanas en el espacio geográfico, pero cercanas con el puente de la caridad pastoral. Le acompañarán un pequeño grupo de sacerdotes y seminaristas y dentro de poco algunos equipos de laicos que se preparan para ello. Además de otros apoyos, estarán presentes en la oración cotidiana, sobre todo en la celebración eucarística.

Esto nos permite entender mejor el alcance de la Misión de la Iglesia y de la Sucesión Apostólica. Con ello, a su vez, podremos seguir descubriendo la continua acción de Dios que quiere la liberación de su pueblo y que todos alcancen la plenitud de la salvación. Les pido a todos los miembros de nuestra Iglesia local que, además del recuerdo en la oración, sintamos como propia de cada uno, la acción pastoral de GONZALO ALFREDO en el Vicariato de Caroní.

QUERIDO HERMANO:

Compartimos tu alegría que acompaña tu nueva responsabilidad. Has comenzado a ser cristiano hijo de Dios en estas tierras andinas y has nacido sacerdotalmente de este Presbiterio tachirense. Ahora has sido llamado y consagrado para ser APOSTOL DE JESUCRISTO en la Iglesia hermana de Caroní. Tu experiencia y vivencia, tanto cristianas como sacerdotales, son la tinta con la que escribes tu carta de presentación a los hermanos de Caroní. Como lo dice la Bula firmada por Francisco, Obispo de Roma, estás llamado a apacentar dejándote apacentar por la Eucaristía y la Palabra de Dios. Sólo así podrás ser para tu Presbiterio y el pueblo de Dios “padre que al que amar, un maestro al que escuchar y un protector al que honrar”.

Vas acompañado por algunos de los nuestros y contando con el apoyo de la oración y de la cooperación pastoral de nuestra Diócesis. La distancia se hará cercana en el encuentro continuo de la Eucaristía y en la comunión en la Misión.

Te colocamos en los brazos amorosos del Santo Cristo de La Grita para que te sostengan en todo tiempo y en las manos maternales de Nuestra Señora de la Consolación. La ilusión inicial se irá convirtiendo en madura encarnación entre los tuyos para que la gente siempre sienta que de verdad estás actuando y haciendo todo “EN EL NOMBRE DEL SEÑOR” AMÉN.


+MARIO DEL VALLE MORONTA RODRIGUEZ, OBISPO DE SAN CRISTOBAL.

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