EL SACERDOTE, HOMBRE DE SACRIFICIO

«Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados,
Ya que él también está lleno de flaquezas
y a causa de ellas debe ofrecer sacrificios por los pecados propios
y por los del pueblo
”. Hb 5, 2-3.

Si algo interesante tiene la vida, es que está cargada de un dinamismo que necesariamente le impide, en su esencia, ser comparada a la monotonía de la existencia de aquellos que han perdido la esperanza, o que no se han dejado encontrar por la razón de ser de la vida misma: Jesús.

Si pensamos un poco en el camino que hemos recorrido hasta este momento de nuestra historia, será fácil reconocer que las metas consolidadas han necesitado de nuestro esfuerzo y de nuestro sacrificio: la formación básica escolar, el bachillerato, la universidad, las especializaciones… el admirable trabajo del campo… el emprendimiento empresarial… y hasta lo más íntimo de la vida familiar, como la crianza de los hijos; de esto nuestras madres y abuelas tienen mucho que enseñarnos…

Así, en medio de esta dinamicidad de la existencia y de la historia de cada una de nuestras familias y realidades, Dios llama y sigue llamando a nuestros sacerdotes. Me atrevo a afirmar que la mayor parte de nosotros conoce a algún sacerdote o al menos al hablar de ellos tendremos alguno como referencia.

Por tanto, los sacerdotes siempre serán parte de nuestra historia, de nuestro contexto… han crecido entre nosotros, inmersos en nuestras crisis y en nuestras calmas… se han caído y se ha levantado, han llorado y han disfrutado de las
alegrías de la vida. El sacerdote es un hombre tomado de entre los hombres, para dedicarse a las cosas de Dios (Cfr. Hb 5,1), y como hombre, como ser humano, ha compartido los esfuerzos y sacrificios que amerita la búsqueda de lo que es verdaderamente bueno, bello, noble y justo. Su mismo proceso de aceptación de la llamada de Dios y progresiva respuesta está inmerso en un contexto de sacrificios voluntarios por amor al reino de los cielos (Mt 19,
29).

Por esta razón, es importante no darle únicamente una connotación negativa o desagradable a la palabra sacrificio, la cual es definida también en 7ma acepción, como “Acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor” (RAE). Por tanto, un sacerdote es un hombre de sacrificio.

Precisamente sus logros en cada etapa de su vida, son resultado del amor sacrificado, del esfuerzo, del empeño personal. ¿O acaso hay quien pueda disfrutar en paz y en libertad de conciencia, de sus logros, sin siquiera haber tenido que trasnocharse o pasar por situaciones difíciles? De tal manera que a la vida de sacrificios que ha vivido un
sacerdote como hombre, se le suma sin duda la gracia de Dios que le ha llamado a ofrecerse y ofrecer en favor de una meta ya no personal, sino en busca de la meta de todos los cristianos: la salvación eterna, el mayor sacrificio de amor que se pueda efectuarse en bien de la humanidad: El sacrificio de Cristo en la cruz, vivido nuevamente en cada Eucaristía.

Amemos a nuestros sacerdotes, hombres con una vocación especial, hombres entregados a servir en el
amor, hombres de sacrificio y para el sacrificio.

Pbro. Carlos Jorge Carvajal.

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