MEDITACIÓN DE VIERNES SANTO

Nos encontramos ante el misterio de la Cruz: la muerte de Jesús es un aparente fracaso para quienes así lo consideran. Quienes así lo piensan, sencillamente lo hacen desde una perspectiva demasiado humana y sin la referencia a la fe. El aUtor de la Carta a los Hebreos nos indica la clave para poder aceptar la profundidad de ese misterio, que lo es también de Redención: “Mantengamos firme la profesión de nuestra fe”.

Sin la fe es imposible acceder al significado de la muerte del Señor y sus consecuencias. En primer lugar porque Él mismo, al cumplir la voluntad de Dios Padre, le da no sólo el significado sino la realidad de sacrificio liberador de la humanidad. Es el Cordero de Dios ofrecido como víctima para el perdón de los pecados. Lo asumimos con la fe. De igual manera, podemos ver en dicho evento, la ofrenda sacerdotal de Cristo para conseguir los efectos redentores que se buscan: la recuperación de la comunión de la humanidad con Dios y la salvación de la humanidad. Ello no se puede aceptar por un simple silogismo o por un conjunto de raciocinios más o menos científicos. No hay explicación humana: sólo la fe. De allí la invitación a mantener la profesión de esa fe.

Con ella reconocemos que el Dios humanado es el sacerdote que ofrece como víctima su propia persona. La encarnación se une al hecho redentor y así se puede contemplar, en el Crucificado al Dios y hombre verdadero, redentor de la humanidad. Esa contemplación conlleva el acercarse “con plena confianza al trono de la gloria, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno”.

La fe nos lleva a buscar los efectos del misterio de la Cruz. Esto exige, entonces, una identificación con el Crucificado. De hecho cuando bíblicamente se nos pide “mirar al que traspasaron”, lo que se nos está es sugiriendo que nos identifiquemos con Él. Así podremos poner en práctica la sugerencia del Señor a sus discípulos: para seguirlo a Él hay que tomar y cargar con la propia cruz; pedacito de la de El Calvario.

Se trata de una opción. Es verdad que somos llamados. Pero, la respuesta debe ser una clara opción de seguimiento al Crucificado. Esa opción es la obediencia a su llamada, a su designio, a ser discípulos. Hay una clara razón para ello, de la cual hace mención el autor sagrado: Él es “la causa de la salvación eterno para todos los que lo obedecen”. Todo ello requiere de lo antes mencionado; mantenernos firmes en la profesión de fe.

El mundo de hoy, por otra parte, necesita urgentemente que nuestro testimonio vaya en la línea de hacer profesión de esa fe en el Crucificado y en el misterio de la Redención. Un mundo que se está llenando de tinieblas por el pecado y la maldad, por la indiferencia y por el facilismo de vida, necesita de los cristianos el anuncio de la Crus de Cristo. No se niega la posibilidad de participar en debates sobre ella, sobre la muerte y la pasión de Cristo… pero sin dejar a un lado el anuncio de la Cruz y de la Muerte del redentor. No en vano decimos en el Credo: “creo en la pasión, muerte y sepultura del Señor…”

Para poder hacer esta tarea catequética y kerigmática, es necesario salir donde están todos: los que consideran la cruz como una locura, o como una estupidez, o un tema sin mayor relevancia… pero ir con la certeza de una fe que se crece precisamente por ser fidelidad hacia quien, en esa Cruz, fue fiel a la humanidad y a la voluntad de Dios Padre. Un cristianismo atrevido, una Iglesia en salida, unos creyentes decididos… así se podrá proclamar la fuerza redentora de la muerte en Cruz del Señor Jesús.  Por eso, al inicio de esta Conmemoración hemos rogado al Padre que nos podamos asemejar a su Hijo para que “así como naturalmente llevamos en nosotros la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen del hombre celestial”.

 

+Mario Moronta

Un comentario sobre «MEDITACIÓN DE VIERNES SANTO»

  1. Este día de la pasión del Señor, lo veo como la revelación más grande del amor de Dios Padre, de inmolar como cordero a su único Hijo, por la redención del mudo, el que no conoció el pecado, cargó con los pecados de todos para salvar la Humanidad. Que infinita misericordia poder celebrar la pascua de resurrección, a la cuál todos somos invitados.

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