HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

VIERNES SANTO
MISTERIO DE FE.
La conmemoración de la muerte del Redentor en la Cruz sólo puede ser asumida desde la fe. No resulta fácil explicar a quien no la tiene acerca del valor profundo de esa entrega sacrificial de Jesús. Todavía hay quien considere que se trató de un fracaso: como lo reseñara oportunamente Pablo, la Cruz es locura para unos, estupidez para otros y motivo de escándalo para quienes no entienden su significado. De allí que sea la actitud con la que podemos conmemorar litúrgicamente sin quedarnos en un simple recuerdo de tipo histórico.
La lectura de la Pasión según San Juan nos da una pista y clave para poder asumir con fe todo el evento redentor. Más aún, desde esa pista y clave podemos comenzar a entender todo el misterio de Cristo Dios hecho hombre; y, por supuesto, el gran acontecimiento pascual de la Resurrección. Ya al final del relato de Juan nos conseguimos con dos elementos importantísimos. El discípulo amado se refiere al evento de El Calvario con dos verbos muy suyos: “vio y creyó” para dar testimonio de ello. Esta misma expresión se repetirá ante la tumba vacía del Resucitado. Junto a esta expresión, riquísima en significado, nos conseguimos otra de carácter profético. Jesús ha sido traspasado por la lanza y el autor sagrado afirma que se ha cumplido la Escritura que invita a contemplar (mirar) al que traspasaron.
Si leemos la Pasión desde estas dos claves o pistas, nos vamos a dar cuenta de la intencionalidad del autor sagrado. No se limita (como tampoco lo hicieron los otros evangelistas) a relatar un hecho histórico y puntual. Está, ciertamente, narrando lo acontecido, pero con una dimensión novedosa: vio-creyó. Es decir, no se quedó solo en el simple relato, sino que encontró en la fe la explicación de lo que estaba ocurriendo en El Gólgota. Vio con los ojos humanos pero abiertos a la fe; por eso “vio y creyó”. Entonces transmitió lo que de verdad estaba viendo: la redención de la humanidad.
A la vez, al recordar la profecía, no sólo por relatar el hecho del agua y sangre que manaron por el costado herido, Juan nos invita a contemplar desde esa experiencia el misterio del Cristo total. No es cuestión de mirar y contemplar el corazón desgarrado, el agua y la sangre fuentes de la Iglesia y los sacramentos. Hay algo más allá que se une con lo antes dicho. Desde ese acontecimiento extremo del lanzazo se nos invita a contemplar toda la vida y acción del Señor. Esta será la vivencia de los discípulos durante la aparición en la tarde del día de la Resurrección. Desde sus llagas entendieron que el Señor había vencido a la muerte y todo lo que había anunciado se estaba haciendo realidad. El encuentro con el incrédulo Tomás llevará a su culmen esa invitación a contemplar al que traspasaron: termina con la confesión de fe: SEÑOR MIO Y DIOS MIO.
Ambas expresiones se unen en ese encuentro con Tomás. Jesús le va a decir que cree por haber visto y tocado las heridas. Felices, más bien serán, los que hagan como Juan: sin haber visto con los ojos de la carne han creído. Así, en estas dos expresiones podemos dar un paso importante en nuestra vida de creyentes. Desde la Cruz, se nos está invitando a contemplar al traspasado: el mismo que cambió el agua en vino y así hizo la primera de sus señales, hasta quien, venciendo a la muerte, realiza la gran y más auténtica de sus señales: la resurrección. Pero había que pasar por el trance de El Calvario. Juan nos enseña que no hay que ver con ojos meramente humanos, marcados por sentimentalismos o por simples remembranzas históricas. Es desde ese costado abierto como podremos entender todo el misterio de la Palabra que se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros.
Al contemplarlo, podemos experimentar, entonces, la misma sensación espiritual y personal de Juan: vemos-porque-creemos. Esto nos lleva a aceptar a Jesús como la Palabra de Vida y su manifestación de un amor que se entrega por nuestra salvación. Pero, no nos podemos quedar allí. Asumimos la invitación que el Maestro hizo a sus discípulos y que hemos recibido como herencia: ser sus testigos. Desde el contemplar para ver y creer surge nuestro testimonio. Al igual que Juan, en comunión con sus condiscípulos, ese testimonio es para manifestarlo y transmitirlo sin temores de ningún tipo.
Durante la cuaresma fuimos fortaleciendo la propia fe. Ahora, conmemorando este misterio central, sencillamente nos llenamos de la gracia y fuerza del Espíritu para orientar toda nuestra existencia con esa misma fe. Es la que nos lleva a contemplar al traspasado y manifestarla con el testimonio. Pero, sin quedarnos en un simple ejercicio individual. Nos toca, sobre todo en el medio de un mundo hostil y que desprecia la Cruz de Cristo, hacer que la gente, nuestros hermanos, a través de nuestro testimonio puedan atreverse a hacer lo mismo: contemplar al que fue traspasado y ver con fe al que nos ha dado la redención hasta el colmo de hacernos capaces de llegar a ser hijos de Dios.
La conmemoración litúrgica de este día no debe quedarse sólo en el rito… tampoco debe ser una oportunidad para meros sentimentalismos… El Señor quiere mucho más: que lo veamos -contemplándolo en el hecho de ser traspasado ya desde los clavos y la lanza del soldado- para que, creyendo con decidida fe, lo demos a conocer como el gran liberador de la humanidad, por nuestro testimonio.
+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL

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