Carta del Obispo al Presbiterio de la Diócesis de San Cristóbal

A MIS QUERIDOS HERMANOS Y “PRÓVIDOS COLABORADORES”

DEL PRESBITERIO DE SAN CRISTÓBAL

 

Tomo las palabras de Pablo dirigidas a Timoteo, su hijo amado en la fe, para saludarles y decirles a cada uno de ustedes: “En cuanto a ti, hijo, que tu fuerza sea la gracia que tienes en Cristo Jesús” (2Tim 2,1).

 

1.- Al dirigirme a cada uno de Ustedes, como Pastor, quiero ante todo dar gracias a Dios por el hermoso y decidido ejemplo de trabajo apostólico que están realizando durante estos días. No ha sido fácil, ya que no estábamos acostumbrados (y creo que no lo estaremos) a celebrar sin presencia de fieles y a acompañarlos desde la distancia con plena caridad pastoral. La pandemia que azota a la humanidad nos ha exigido resguardarnos, como al resto de los miembros de la sociedad, donde servimos sacerdotalmente.

 

Admiro la dedicación y la creatividad de Ustedes en el ejercicio del ministerio: nos valemos de los diversos medios de comunicación, redes sociales y otros instrumentos para poder acercarnos a la gente que espera, junto a la celebración de los misterios de la fe, el anuncio “a tiempo y destiempo” de la Palabra de Dios.  ¡Qué gratificante es recibir mensajes de diversos feligreses y de comunidades que manifiestan la dedicación y el testimonio de entrega y servicio que Ustedes han venido dando en estos días! Ello demuestra que hemos actuado, como siempre, en el nombre del Señor. Ha sido un momento oportuno, un “kairós”, para hacer patente el don que hemos recibido por la imposición de las manos (2Tim 1,6) y así testimoniar “que Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino un Espíritu de fortaleza, de amor y de buen juicio” (v. 7). Esto me lleva a estimularlos como lo hacemos con harta frecuencia: ¡ÁNIMO Y ADELANTE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

 

2.- Por las noticias que vamos recibiendo, los tiempos que vendrán no serán fáciles. Se agudizará la crisis originada por la pandemia. Es probable que debamos permanecer  resguardados por mucho más tiempo que el pensado. Y, además, cuando vaya pasando esta pesadilla, tendremos que ser actores para el retorno a la normalidad con caridad pastoral y siendo capaces de transmitir serenidad, aliento y consuelo. Para ello, también debemos prepararnos y estar atentos a las indicaciones que recibiremos de la Iglesia y de las autoridades sanitarias. A la vez, hemos de estar abiertos a los ajustes que pastoralmente tengamos que realizar al retomar la cotidianidad, cuando sea posible.

 

En este sentido, nos corresponderá también fortalecer el trabajo pastoral con los más golpeados, los más pobres y los pequeños. Para ello, con la ayuda de nuestros consejos pastorales parroquiales, las Cáritas parroquiales y los grupos de apostolado, en las Comunidades Eclesiales de Base, hemos de crear el ambiente de acogida y de solidaridad que posibilite hacer realidad las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo… (cf. Mt 25). Sin distingos ni miramientos, con la conciencia de ser una Iglesia en salida y pobre para los pobres, nos toca fortalecer la acción de solidaridad fraterna: será el momento para realizar con tantos hermanos el gesto del “lavatorio de los pies” que este año no pudimos repetir el jueves santo. Todos esto lo podemos y debemos realizar haciendo memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos (cf. 2 Tim. 2, 8). Para ello: ¡ÁNIMO Y ADELANTE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

 

3.- Quiero recordarles  lo que Pablo le  dijo a Timoteo: “El nos ha salvado y nos ha llamado para una vocación santa, no como premio a nuestros méritos, sino gratuitamente por iniciativa suya” (2 Tim. 1,9). Esto me lleva a decirles (y decírmelo también a mí mismo) que, en este tiempo de dificultades y de un especial estilo de ejercicio ministerial por la emergencia sanitaria que tenemos, no podemos dejarnos llevar ni por los criterios del mundo ni por la autosuficiencia clerical. Es decir, no nos toca pensar que somos gerentes pastorales que lo podemos hacer bien con tantas iniciativas y con la creatividad necesaria para atender esta situación. Este momento es importante para dedicar  un “tiempito” y así orar, meditar, contemplar la Palabra y los misterios que celebramos. No podemos echar en saco roto la gracia que recibimos y también administramos a favor de los demás.

 

4.- Nuestra gente nos quiere ver como “servidores y testigos” (Hech 26,16). Por ello, quiero invitarlos a que, con una adecuada organización de nuestro tiempo, podamos cada día de esta semana santa abrir un tiempo para hacer un “ejercicio espiritual” de oración, reflexión, meditación. Con ello, no sólo podremos fortalecernos y crecer, sino tener las fuerzas para ayudar a los demás a crecer y seguir adelante en su camino espiritual. Les propongo que este lunes santo puedan leer esta carta con detenimiento y dejarse llevar por lo que Pablo le enseña a uno de sus más cercanos cooperadores. El martes santo puede ser aprovechado para meditar sobre las virtudes propias e irrenunciables de un ministro del Señor; el miércoles, fijando la mirada en el Nazareno, hagamos un examen de conciencia sobre aquellos vicios, defectos y pecados que nos impiden ser reflejo del amor de Dios. El jueves santo, al contemplar el regalo de la Eucaristía,  retratémonos en el Sacerdocio de Jesucristo, al cual hemos sido configurados; para el viernes santo, estando ante la cruz de Cristo, nos dejemos llevar por la contemplación de su amor misericordioso. El sábado santo y el Domingo de Resurrección: que sean para renovar en el aleluya de nuestra fe, el hecho maravilloso de ser Memoria de la Pascua liberadora de Cristo. No dejemos de hacerlo. Para cada día estemos pendientes a las indicaciones y subsidios que estaremos enviando, como una ayuda. Con ello podremos sentir la fuerza de un compromiso. ¡ANIMO Y ADELANTE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

 

5.- Al reafirmar nuestra vida cristiana y sacerdotal, repasemos las promesas hechas el día de nuestra ordenación sacerdotal. Pongamos atención en una recomendación de Pablo a Timoteo: “Trata  de que Dios pueda contar contigo; sé como obrero irreprensible, experto en el manejo de la Palabra de Dios” (2 Tim. 2,15). Hoy más que nunca la gente quiere sacerdotes que caminen las sendas de la santidad. Ante los escándalos que, lamentablemente se han dado en la Iglesia en los últimos años, urge presentar el verdadero rostro del sacerdocio en cada uno de nosotros. Tengamos la “parrhesía”, es decisión valiente y perseverante, de mostrarnos como lo que somos, “otros Cristos”. Esto requiere de cada uno de nosotros vivir una espiritualidad presbiteral clara, centrada en la Palabra y la Eucaristía y perseverante. Así podremos entusiasmar a todos para que se animen a vivir la Vida según el Espíritu.

 

6.- No dejemos de ayudarnos mutuamente, de orar los unos por los otros, de expresar la fuerza sacramental de nuestro presbiterio a través de la fraternidad, la comprensión y la comunión. Si la “caridad de Cristo nos urge”, recordemos lo que nos ordenó el Maestro: que para ser identificados como sus discípulos nos amemos los unos a los otros como Él mismo nos amó (cf. Jn 13,35). Para eso, ¡ÁNIMO Y ADELANTE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!

 

Les saludo fraternalmente. Nos acompaña la maternal protección de María del Táchira y nos sostienen los amorosos brazos del Santo Cristo de la Grita, cuyo “rostro sereno” debe ser reflejado en nuestro quehacer ministerial. No dejen de orar también por mí.

 

Los quiero mucho y los bendigo,

 

                +Mario del Valle, Obispo de San Cristóbal

 

San Cristóbal, 5 de abril del año 2020. Domingo de Ramos.

 

 

 

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